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miércoles, 16 de mayo de 2018

Del presente, del pasado... y del futuro


Somos distintos al resto de España -ni mejor, ni peor: distintos-. Que allí hay ciudades con mucho arte y más historia... sí. Pero más conservadoras, menos abiertas al mundo. Nosotros estamos abiertos en tres continentes. Por allá quedan cerrados en solo uno. En este nuestro mundillo las olas han traído a mucha gente de sitios diferentes: norteafricanos, nuestro pringue europeo y no digamos nada de las olas que fueron y volvieron a América. Es hoy y seguimos atrayendo a millares de extranjeros, cuyos empadronamientos constituyen el 15 por ciento de la población total.

Quizás no hemos aprendido de nuestro pasado, un pasado no tan en el ayer sino que continúa creciendo hoy: la apertura  los horizontes más cercanos que son los que nos llevan a los más lejanos, que nos ha hecho ser una sociedad mestiza. O hemos caído en el fallo de que, haciéndonos los débiles, vamos a buscar resortes fuera de nuestras tierras, olvidándonos de aquellos que han parido nuestros progenitores. Y ahí siguen con sus escritos, novelas, historiografías dando testimonio de un pueblo siempre en marcha y evolutivo. Esos, los más sabios, hay que rescatarlos y juntarlos con los presentes.

Las sombras suelen engañar con sus reflejos. Todas parecen grandes cuando las vemos pasar a nuestro lado. Por eso hoy nos confunden con sombras engañosas en casi todas partes. En el otro lado del mundo se nombra con veneración a quien casi todos desconocen en su propia casa. Nunca habrá identidad si se ignora y se orilla a lo más sabios. Y la ingratitud termina derivando casi siempre en una peligrosa soberbia que no nos deja ver el bosque de nuestra propia historia. Hace falta perspectiva, tiempo y, a veces, mucha suerte para que la justicia poética termine poniendo a cada cual donde realmente merece. Los que se fueron no tienen sombra. Somos nosotros los que debemos velar por su reflejo y por su presencia. Que no nos siga confundiendo el ruido de lo inmediato.

Por eso, mientras otros hablan de cerrar puertas y ventanas, nosotros las mantenemos abiertas.




domingo, 11 de febrero de 2018

La herencia intangible


Fue como una carta que me llegó de la Luna. Me invitaban a tomar decisiones personales en torno a un proyecto internacional. Evaluarlo y calificarlo, según mis perspectivas, y retándome a presentarme a su coordinación.  Al fin de cuentas era un hombre afortunado. Tenía casa, familia, estudios recién hechos, a punto de conseguir trabajo. Preparadas varias instancias en torno al mismo tema, llegó la sorpresa un día. “Hemos leído su currículo de pasada y corriendo, porque lo que nos llamó la atención fue esto: Fecha de nacimiento 20.01.1985. Fecha de respuesta a su carta: 20.01.1918. Son datos que no suelen coincidir”. 25 años no más y estaba siendo convocado para un proyecto de coordinación de movimientos de tiempo libre en toda España extensivo a Europa. Casi ni había recibido la titulación de Educador social.

Lleno de alegría corrí a comunicarlo a mis padres. Si alguien había tenido mérito en esta aventura era ellos. Por el camino mil cosas me venían a la mente que las decía en voz alta: “Mi padre ha hecho por mí como si lo estuviera haciendo por sí mismo. Más que unos padres han sido mis amigos, lo cual me quitó el miedo de consultarles cualquier cosa“, y lo más importante es que mis padres no me lo han dado todo hecho, siempre en cada momento colocaban alguna responsabilidad sobre mis hombros. Sabía que el presentar mi currículo y expectativas era una tarea nada fácil; pero empujado por mis padres que, sabiendo de mis posibilidades, me decían hay que sudar la camiseta si se quiere ganar el partido. Es la mayor riqueza que he recibido de mis padres: darme siempre ideas constructivas. Y esa filosofía de la vida que me han dado ellos será sin duda la que yo saque a flote para realizar el proyecto para el cual me han contratado.

Un abrazo grande, emocionado y lleno de sentimiento, de esos que nunca se olvidan fue el encuentro con mis padres, a quienes ya les había llegado las noticias por el chismoso de mi hermano. Ellos, mis padres, han sido, son y serán el noray de mi vida, los que en todo momento me han dado la seguridad de estar bien anclado en el fundamento de las cosas.



viernes, 20 de octubre de 2017

Problemas de familia

De tarde en tarde, quedo a comer con los viejos compañeros de facultad. Es uno de los pocos ejercicios que concedo a la nostalgia. Entre plato y plato se repiten cada vez las viejas anécdotas, con los mismos efectos que si fueran nuevas. Buena señal; son las guindas necesarias que refuerzan los lazos, las mismas que nos identifican como un grupo que “fue” y que aún mantiene bastante estables nexos entre nosotros.

A los postres, como ocurre siempre en un grupo numeroso, se van formando pequeños grupos que sirven para ponerse al día de los detalles cotidianos. Y así te enteras del hijo de fulanita que se casa, del que ha cambiado de trabajo o piensa ya en jubilarse, del que superó un problema cardiaco o ha terminado -¡por fin!- de pagar la hipoteca.

En esta ocasión compartí café con aquel compañero que me presento, precisamente, a quien hoy es mi mujer. Le pregunté por su hermano, que estudiaba la misma carrera, pero dos cursos atrás. Eran inseparables y físicamente muy parecidos. Solía venir a muchas d estas comidas -de “excombatientes”, como solíamos llamarlas-, pero de un tiempo a esta parte, le habíamos perdido la pista.

Me puse triste cuando me contó que habían dejado de hablarse. Al parecer, un tema de herencias les había distanciado, quizás para siempre. La vieja casa del pueblo propiedad de sus padres, la misma en la que habías jugado juntos tantos años, la misma que durante tanto tiempo fue el hogar de ambos, ha sido también la que los ha separado.


No he querido conocer los detalles. No me va el morbo de saber quién tenía más razones y él ha tenido la elegancia de no explayarse demasiado.