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lunes, 1 de octubre de 2018

Máster del Universo


Y en esas estamos cuando un cerebrito se sacó de la manga el Plan Bolonia (2007). La intención no era mala: unificar los estudios universitarios a nivel europeo para que las diferentes titulaciones pudieran homologarse en los países de la Unión. Elogiable actitud. De paso le cambiábamos -¿cómo no?- el nombre a algunas cosas. Yo no habría licenciados por ejemplo. Ahora las licenciaturas eran “grados”. Y así casi todo.

Pero en la práctica -y de ello ya se quejaron amargamente los estudiantes en su momento y continúan haciéndolo- se gestaron los graves problemas con los que nos encontramos ahora. Argumentaban sus impulsores que, al margen de unas troncales ineludibles, la capacidad de que cada estudiante pudiera confeccionar la carrera a su medida ayudaba a su integración en el mercado laboral, le incentivaba en sus estudios, multiplicaba su compromiso.

Pero hecha la ley hecha la trampa. En seguida comenzaron a proliferar especializaciones de lo más peregrinas, más surgidas a la conveniencia de departamentos y profesores que a verdaderas necesidades sociales. Y con ellos los más peregrinos másteres, que prometían empleo asegurado a quienes se dejaran seducir por los cantos de sirena del catálogo de ofertas.

Y cual si de un supermercado de la educación se tratara, las universidades, tanto públicas como privadas, se lanzaron como locas a la caza del alumno… a cambio, claro, del justiprecio que siempre suponía un mayor coste para el estudiante, justo en plena  crisis económica como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. La tormenta perfecta. Río revuelto, ganancia de pescadores y la picaresca patria encontrando un nuevo filón para llenarse los bolsillos. ¿Paganos?: los de siempre…

Los de siempre sí, porque, de pronto, de nada servía tener un buen currículum de notas en las asignaturas de la carrera si el título no venía acompañado de un rimbombante máster, que valía más si más costaba. Un pobrecito desgraciado que no tuviera capacidad económica para pagar -o endeudarse- en el intento estaba apestado para el mercado laboral.

Y ahora, además y para colmo, descubrimos la cantidad de miseria, de codicia y de rapiña que hay detrás de toda esta mentira de los másteres impostados.

Rodarán cabezas -tampoco muchas, no seamos demasiado optimistas-, nos indignaremos al comprobar que, una vez más, nos han tomado el pelo, nos han sacado el dinero del bolsillo, los universitarios organizarán protestas y quizás algún paro o alguna huelga…

… y tal que hoy hará un año.




martes, 30 de enero de 2018

Codicia


La codicia no tiene edad ni nacionalidad. Crece como una amapola sangrienta a través del flujo de unos hechiceros que también en el colmo de la ambición, procuran amarrar el pensamiento. De vez en cuando un viento fuerte chisporrotea en el aire y manda lo viejo al olvido. La distinguirás porque nunca notarás en su sentir un buen criterio en torno a acciones sociales o un mínimo talante de generosidad y acciones desinteresadas. En su régimen de vida se asemejan al talante del dictador en la política que en la práctica sustituye la constitución de su país por un solo decreto: “El derecho de la fuerza está sobre la fuerza del derecho”. Incapaces de esperar otro minuto, ni un segundo, por aquello que desean para sí mismos no son capaces de esperar que aquel muera para registrarle los bolsillos.