Y en esas estamos cuando un
cerebrito se sacó de la manga el Plan Bolonia (2007). La intención no era mala:
unificar los estudios universitarios a nivel europeo para que las diferentes
titulaciones pudieran homologarse en los países de la Unión. Elogiable actitud.
De paso le cambiábamos -¿cómo no?- el nombre a algunas cosas. Yo no habría
licenciados por ejemplo. Ahora las licenciaturas eran “grados”. Y así casi
todo.
Pero en la práctica -y de
ello ya se quejaron amargamente los estudiantes en su momento y continúan
haciéndolo- se gestaron los graves problemas con los que nos encontramos ahora.
Argumentaban sus impulsores que, al margen de unas troncales ineludibles, la
capacidad de que cada estudiante pudiera confeccionar la carrera a su medida
ayudaba a su integración en el mercado laboral, le incentivaba en sus estudios,
multiplicaba su compromiso.
Pero hecha la ley hecha la
trampa. En seguida comenzaron a proliferar especializaciones de lo más
peregrinas, más surgidas a la conveniencia de departamentos y profesores que a
verdaderas necesidades sociales. Y con ellos los más peregrinos másteres, que
prometían empleo asegurado a quienes se dejaran seducir por los cantos de
sirena del catálogo de ofertas.
Y cual si de un supermercado
de la educación se tratara, las universidades, tanto públicas como privadas, se
lanzaron como locas a la caza del alumno… a cambio, claro, del justiprecio que
siempre suponía un mayor coste para el estudiante, justo en plena crisis económica como no se había visto desde
la Segunda Guerra Mundial. La tormenta perfecta. Río revuelto, ganancia de
pescadores y la picaresca patria encontrando un nuevo filón para llenarse los
bolsillos. ¿Paganos?: los de siempre…
Los de siempre sí, porque, de
pronto, de nada servía tener un buen currículum de notas en las asignaturas de
la carrera si el título no venía acompañado de un rimbombante máster, que valía
más si más costaba. Un pobrecito desgraciado que no tuviera capacidad económica
para pagar -o endeudarse- en el intento estaba apestado para el mercado laboral.
Y ahora, además y para colmo,
descubrimos la cantidad de miseria, de codicia y de rapiña que hay detrás de
toda esta mentira de los másteres impostados.
Rodarán cabezas -tampoco
muchas, no seamos demasiado optimistas-, nos indignaremos al comprobar que, una
vez más, nos han tomado el pelo, nos han sacado el dinero del bolsillo, los
universitarios organizarán protestas y quizás algún paro o alguna huelga…
… y tal que hoy hará un año.
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