Tenía que madrugar. Sabía que
por lo menos de la prueba médica en el hospital no me iba a librar. Dentro de
mi surgía la protesta. Con todo lo que ha avanzado la ciencia para que más
sangre. Y la sangre siempre me recuerda esa con la que se rebosa miles de
caminos en el mundo yertos y en declive, que parecen espartos exprimidos. Iba
con la intención de poner punto final. Pero, mirándome por el rabo del ojo, me
han dicho que a la izquierda, a la derecha, por el sur y el norte, tendré que
volver el mes próximo.
¿Por qué? me pregunto, y a la
vuelta a casa me he parado a charlar con mi vecino, el viejito Abdulah, como
hago algunas tardes cuando regreso a casa con la cabeza en las nubes, ya que
ello me produce alivio y paz.
- ¿No te cansas todo el día
sentado en el portal de tu casa?
- No. Estoy viendo una
película. Con imágenes nuevas. Nadie lleva mordazas. Y los que mueren eligen
que sus cenizas reposen en esa isla donde el mar siempre siga trayendo libertad
a sus orillas. De vez en cuando me río con los chistes que escuche ayer. Y
vuelvo a recuperar los mundos perdidos. Y cuando no entiendo algo de lo que
pasa recuerdo el decreto firmado por los dos y sonrió. Además hoy estoy
contento porque han colgado una bandera, larga y ancha, que dice a nadie se le
permitirá el uso de las balas. Por fin ya nos hemos dado cuenta que poco es lo
que se resuelve con metralla y látigo. Igual por todo eso me piden más sangre.
Ojalá sirva para algo que ellos no han sabido hacer.
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