martes, 13 de junio de 2017

Prejuicios

Tres de sus amigos habían sido ejecutados por los yihadistas. Su crimen: ser homosexuales. Ya el problema no solo era ser sirio, practicar una religión distinta a la islamista, sino además la opción sexual con la que se sentía más feliz. Puso, pues, pólvora en sus pies y salió disparado.

En su camino de huida se enteró que en muchos otros países incluso podían matarlo, como en Irán, Tailandia, Nigeria y muchos otros. Al llegar a Alemania respiró tranquilo. Aquí no correría peligro. Tardó poco en darse cuenta que las cosas no eran tan sencillas y que el sentido común no era norma de conducta en aquel país civilizado. Desprecios e insultos por la calle si iban de la mano dos amigos, conversaciones que eran toda una agresión a la dignidad, los derechos humanos y la propia integridad física te lo encontrabas de vez en cuando.

Sí, en estos países se había avanzado. Era legal un matrimonio de dos del mismo género. Pero en el ambiente general todavía no había calado. Había que tener cuidado delante de quien decías: “me gustan los hombres”. Podías vivir situaciones violentas como las ya dichas y quedar marginado y excluido.  O sea, que eso de los derechos humanos era también una mera palabra en aquellos países que presumían de ser sus valedores.

Otra cosa que le chocó bastante fue el encontrarse con grupos religiosos que, en nombre de Dios, ridiculizaban y atacaban este tipo de opciones. Nunca había sido una persona religiosa de prácticas de culto ni en el Islam ni en otra religión pero había oído predicar a Dios como amor. Y se decía: si Dios es amor, lo que querrá es que la gente se quiera. ¡Qué más da de un sexo u otro!

Muchas noches ese llanto que nacía de sus ojos venía de fuera de sí mismo, de aquellos que querían atravesar su puerta y que viviera la vida que ellos querían.


Intentó, pues, vivir sus relaciones a su manera, pero con prudencia ante los demás.





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