Le llaman el insurrecto. Y son muchos los que no
entienden por qué ese nombre que le han puesto.
Está contra todos y contra todo. Difícil encontrar
en él algún dato, hecho, situación en la que pueda estar de acuerdo con
cualquiera de nosotros. Para nada está de acuerdo con nada.
Así, entre otras cosas, no celebra el solsticio de
verano, porque no encuentra diferencia alguna con el otoño. Una estación más,
una estación menos. Le daría igual que todo el año fuera el tiempo igual. Le da
lo mismo que llueva, nieve o haya calor. Eso sí protestará cuando sale a la
calle sin abrigo en invierno (que él al parecer confunde con el verano) y
cuando ya no sabe que quitarse de encima por el calor que hace. Por eso, con
toda normalidad, pasó tres días en Suecia el invierno pasado y nunca se puso
una blusa con manga y mucho menos una rebeca o abrigo cualquiera. En camisilla
sin mangas y el pecho en fase de descubierto.
Pasa de dioses y de héroes. Lo que cuentan en
historia son eso nada más: historias, leyendas, cuentos con los cuales se
apacigua a la gente diciéndoles en el fondo que otros tiempos fueron peores.
Eso sí, mejor contar con los horóscopos sobre todo cuando anuncian desgarros e
infortunios. Sus pies no pisarán mezquitas ni templo alguno, pero sí se parará
a meditar y ejercitar la contemplación allí donde tengan o sientan animales
sagrados.
No tiene motivos para pararse a pensar el por qué de
tantas y tantas cosas, considerando ello como una pérdida de tiempo.
El insurrecto cruzará como un relámpago su breve
certidumbre y se estará allí lejos de la Meca y de Jerusalén y de todo poder. Y, sin embargo, muchos siguen
preguntándose por qué le llaman el insurrecto.
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