Tenía una tarea asignada como
responsable de un grupo de trabajo. Sinceramente, era genial en ello. Así lo
sentían todos. Preocupados, al tiempo, por su pronta jubilación, temían que las
cosas tomaran otro derrotero o que no pudieran hacerse. Enterado de dichos
comentarios, a su juicio negativistas, les invitó aquella tarde a la salida del
trabajo a tomar algo juntos, llevándolos a la cafetería Clavicémbalo! Desde su
gran ventanal se veía el cementerio de la localidad que sobresalía en el
conjunto de edificios sencillos.
Llegado el momento del
brindis levantó su copa diciendo en voz alta: Muchos de los que
se han mudado a ese gran espacio pensaban que sus negocios, tareas o faenas se
vendrían a pique. Tuvieron que llegar aquí para darse cuenta que “los
cementerios están llenos de gente imprescindible”. Pensaron que eran los únicos
que podían hacer aquella tarea o propósito y, sin embargo, otros la han
seguido, muchos incluso mejorándola. Cambio, pues, mi brindis : “Por nosotros
para que sepamos que nadie es imprescindible en esta tierra que desnudos
vinimos a este mundo y desnudos nos iremos, pues polvo somos y polvo
volveremos a ser”.
Todos a una, levantando su
copa, prorrumpieron: ¡ ¡ por ellos, por los que saben no son imprescindibles.
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