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sábado, 5 de septiembre de 2020

Fusiones

 Cuando dos empresas o dos sociedades se fusionan -o una absorbe a la otra- lo hace para ganar cuota de mercado, reducir costes y, en resumen, para incrementar su cuenta de resultados. En ellos influyen también lo que en Economía se llaman “economías de escala”. Generalmente, las sociedades ahorran costes en proveedores, en transportes… pero en lo que últimamente más economizan es en gastos de personal. ¿Alguien duda que la posible fusión de Caixabank y Bankia se traducirá en un nuevo el cierre de sucursales y el despido de trabajadores de ambas entidades?

 

Costes públicos y beneficios privados. Beneficios privados porque nadie duda que, a priori, esa es la intención con la que las juntas directivas de ambas entidades planean la operación. De lo contrario no tendría sentido. Costes públicos porque la experiencia nos demuestra que esa ha sido la mecánica adoptada sin excepción en los casos precedentes.

 

Alguien dirá que son circunstancias inevitables de la evolución en los sistemas financieros allá donde ocurren este tipo de movimientos. Quizás sea así, aunque podría profundizarse mucho sobre el tema. Pero lo que no debemos olvidar es que el sector bancario recibió ayudas del estado cuando en la crisis de la década pasada recurrieron se recurrió a sacarlas de la bancarrota con aquellos rescates que nunca jamás fueron devueltos, pese a que tirios y troyanos se comprometieran a hacerlos. De momento son cantidades a fondo perdido. Nadie por parte de los beneficiarios a hecho el ademán de saldar cuentas. Ni están ni se les espera.

 

Pero eso sí, para mantener a los trabajadores que fueron a parar a las oficinas del desempleo (o los prejubilados) se recurrió a los presupuestos generales del estado para que llegaran a fin de mes… cada mes-.

 

No me cabe la menor duda de que en esta ocasión va a ocurrir otro tanto. Lo dice el refrán: “Siempre que pasa igual sucede lo mismo”.



sábado, 24 de febrero de 2018

Globos sonda

Circula por los ministerios de Economía y Hacienda y de Trabajo un borrador, según el cual el contrato de becario pueda extenderse a trabajadores de más de 45 años. Recordemos que este tipo de contratación permite salarios que no superan el 75 por ciento del salario mínimo y no generan “desempleo”, tampoco derechos para una futura pensión.

¿Dónde está el límite? Ahora que se supone que la crisis -o lo peor de la crisis- ya ha pasado, la avaricia de determinada clase empresarial sigue pensando que el beneficio a corto plazo justifica cualquier propuesta.

Y digo que “a corto plazo” porque la aplicación real de estas propuestas significaría, no solo la miseria para muchos, sino el fin del sistema de pensiones, el descalabro de los niveles de consumo y, a la postre, más empleos precarios, una nueva crisis económica y más desempleo. ¿Hasta dónde se puede estirar la goma? ¿Puede el egoísmo de unos pocos acabar con las expectativas de una vida digna de la mayoría?

Quiero creer -como ocurre en la mayoría de los casos- que este borrador no pasará de ser una ocurrencia y que no llegará nunca a plasmarse en una ley o un decreto. Pero la mera constancia de su circulación por las mesas de algunos ministerios no deja de ser un aviso a navegantes. Quizás esa sea su intención final, la de marcar el territorio y que acabemos pensando que aún podríamos estar peor.



martes, 23 de enero de 2018

Davos 2.018

Davos es una pequeña localidad del este de Suiza, en plenos Alpes, sede del llamado “Foro Económico Mundial”, una fundación dedicada al estudio y previsión de la realidad económica mundial, sus perspectivas a corto, medio y largo plazo, publicando informes y realizando -desde su fundación en 1.971- asambleas periódicas, por cuyas tribunas que han pasado personalidades tan dispares como Henry Kissinger o Nelson Mandela. Este año se dejarán caer por allí Angela Merkel, Emmanuel Macron, Theresa May, Jean-Claud Juncker, Mauricio Macri, Christine Lagarde y hasta el mismísimo Donald Trump. Lo mejor década casa.

Este año, uno de esos informes de mayor interés versa sobre el futuro del mercado laboral, centrando su atención en los países desarrollados y en vías de desarrollo. Sus conclusiones no pueden ser más tétricas. Es cierto que se da por cerrada la crisis, aunque más cabría decir que se ha da por cerrada para los que nunca la sufrieron -o les rozó de soslayo-. Otra cosa es para aquellos a quienes la crisis les cambió para mal la vida. Para ellos la crisis ha venido para quedarse. La crisis es ahora su entorno natural y lo va a ser por mucho tiempo.

Los ratios de beneficios han recuperado los niveles previos a 2.009 o 2.010, no así los salarios -los claros perdedores del proceso-. Eso ya lo sabíamos, lo palpamos a diario. Lo preocupante del informe no es lo que confirma a toro pasado, sino el futuro que aventura:

1.    El ritmo de expansión económica prevista no cubre el crecimiento de las manos de obra en agricultura, industria y servicios. Dicho de otro modo, “no habrá trabajo para todos”. Los contratos laborales serán, pues, temporales y precarios.
2.    La distribución de las rentas seguirá la tendencia actual: mayores porcentajes de beneficios, menor la tajada de los salarios.
3.    Necesidad de un reciclaje profesional permanente. Quien pierda el tren tiene difícil -por no decir imposible- reintegrarse al mercado laboral.
4.    Las profesiones de futuro serán aquellas ligadas a las ciencias aplicadas y las tecnologías -matemáticas, energías renovables, economía, medicina, comunicación, ingenierías…-. Parafraseando el título de una canción de los 80, “Malos tiempos para la lírica”.
5.    Empobrecimiento relativo de las llamadas “clases medias” como lógica consecuencia de la competencia en los mercados laborales.


Para echarse a temblar.




lunes, 6 de marzo de 2017

I, robot

     Que el tiempo pasa muy deprisa no es un tópico, es una evidencia. Por ejemplo, fue en la década de los 40 cuando Isaac Asimov divulgó las llamadas “Leyes de la Robótica” –tres para ser concretos-:
  
  1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.

     Más de 70 años hace de esto. Y hoy es cada vez más frecuente la presencia de máquinas y robots en nuestras vidas cotidianas. En general para bien, pero lo que no podía prever Isaac Asimov son los efectos negativos que conlleva también esa expansión de la cibernética por todos los ámbitos de nuestra sociedad.

     Quizás hubiera sido precisa la formulación de una cuarta ley, a todas luces cada vez más imprescindible:
    
   4. Ninguna revolución tecnológica debe destruir más puestos de trabajo de los que crea.

     Porque ese es el problema actual, en contra de lo que ha ocurrido en épocas pasadas. Cualquier revolución tecnológica precedente ha conllevado destrucción de empleo (la máquina de vapor, el telar automático, el ferrocarril, etc.), pero conllevaba la creación de muchos más en nuevos sectores industriales.
   Ahora no. En la actualidad, la suplantación de trabajo humano por máquinas no conlleva más que nuevos alicientes para más suplantación. El aumento de productividad es tal que incita a expulsar gente del mercado laboral. No hay, no habrá ya nunca, trabajo para todos.

   ¿Soluciones? Sí, las hay, pero quien manda no quiere oírlas: Reducir las jornadas laborales, la generalización de eso que llaman “renta básica” o incluso que los robots paguen impuestos. ¿Por qué no? Ya que aumentan la productividad e incrementan exponencialmente los beneficios… “que paguen impuestos en proporción a los puestos de trabajo humano que destruyen”.


     Asimov estaba en lo cierto, pero se quedó corto.