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miércoles, 17 de junio de 2020

Leon Tolstoi - ¿De qué tamaño es tu piedra?

Dos mujeres en busca de la sabiduría visitaron a un hombre santo. Una se consideró una gran pecadora. Nunca dejó de culparse por traicionar a su esposo cuando eran jóvenes. La otra había vivido toda la vida de acuerdo con los mandamientos de Dios; por eso no se reprochaba por cometer ningún pecado específico y se sintió relativamente bien de su vida.

El santo las cuestionaba a ambas. La primera mujer con lágrimas confesó su pecado, aun siendo tan enorme. Consideró el pecado tan grande que no esperaba el perdón. Pero en desesperación lo dijo de todas maneras. La segunda mujer dijo que no pudo pensar en ningún pecado específico que había cometido, o por lo menos, nada que merecía mención. El santo dijo a la primera mujer

- Ve, siervo de Dios, más allá de los muros de la ciudad y busca la piedra más grande que podrás cargar y tráemela.

Y dijo a la segunda mujer que no reconocía ningún pecado en particular

- Tráeme piedras también, pero piedras pequeñas, tantas como puedas cargar.

Las mujeres se fueron e hicieron lo que les mandó el santo. La primera mujer le trajo una piedra grande, y la segunda un saco de pequeñas piedras. El santo las miró y dijo

- Ahora, esto es lo que quiero que hagan. Lleven las piedras de regreso y pónganlas en el mismo sitio donde las encontraron. Entonces vuelvan a mí.

Las mujeres se fueron para cumplir lo que les mandó el santo. La primera mujer fácilmente encontró el lugar donde había conseguido la piedra y la devolvió a su sitio. La segunda mujer no pudo recordar en donde había encontrado todas las piedras pequeñas y regresó con el saco lleno. El santo dijo a la primera mujer

- Fácilmente devolviste la piedra grande y pesada porque recordaste en donde la conseguiste».

Pero a la segunda mujer dijo

- No pudiste devolver las piedras pequeñas porque no pudiste recordar en donde las conseguiste. Así es con el pecado -el santo dijo a la primera mujer- Recordaste tu pecado. Por eso sentiste remordimiento en tu conciencia, y como tu pecado dolió a otros. Entonces te arrepentiste y en arrepentirte, te liberaste de la carga de tu pecado -dijo a la segunda mujer- Pero tú trataste de devolver las piedras pequeñas. Cometiste pecados pequeños y en no pensar mucho de ellos, no pudiste recordarlos. Por eso no podías arrepentirte de ellos. En vez de esto, aprendiste a condenar los pecados de otros, como el de esta otra mujer, mientras te hundiste más y más en tu pecado. Ciertamente tu carga es más pesada.


miércoles, 21 de noviembre de 2018

Que dios nos pille confesados


Acostumbrados nos tiene la Iglesia Católica en nuestro país a actuar a un ritmo lento -desesperadamente lento- a la hora de rectificar determinadas actuaciones, cometidas en su pasado. Hoy aun personas importantes de cara a sus fieles -cardenales y obispos- no dudan en manifestarse a favor de la discriminación de homosexuales y lesbianas por ejemplo. Llevan décadas de retraso respecto a lo que son los hábitos y la mentalidad de la mayoría de sus conciudadanos. Allá ellos, al fin y al cabo es un problema de creencias individuales, aunque el conflicto surge cuando unos pocos (y cada vez “más pocos”) pretenden obligar al resto a regir sus comportamientos por unos códigos que ya no son respaldados por la mayoría.

Pero no es solo este tema -de por sí ya grave- el menor de los conflicto Iglesia-Sociedad Civil. Esta misma semana, el secretario general y (a la sazón) portavoz de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo, admitía que durante años la Iglesia ha guardado un "silencio cómplice" ante los casos de pederastia en el seno de esta institución, que se ha enmarcado en un contexto de "inacción de toda la sociedad española" ante estos delitos.

¿Silencio cómplice?... muy condescendiente se muestra monseñor, máxime cuando añade que “Es verdad que la Iglesia está obligada a un testimonio más coherente que nadie, pero esto no exime al resto de asumir su cuota de responsabilidad en esta cultura común compartida de silencio”. Cierto, no le falta razón. Como también es cierto que esta apostilla es lo que comúnmente se llama “la estrategia del calamar”: extender la culpa para que el impacto de su responsabilidad -su tinta negra- quede diluida, y por tanto minimizada, en toda una responsabilidad colectiva, donde se difuminan los niveles de gravedad.

Allá cada cual con su conciencia si en actos de pederastia solo estuviéramos teniendo en cuenta aspectos morales. Pero la pederastia es, además, un delito. Y el reconocimiento de este “silencio cómplice” es el reconocimiento de la complicidad con los delincuentes: complicidad, ocultación, obstrucción a la Justicia… ¿Seguimos añadiendo cargos?

Reconocer ese “silencio cómplice” es sólo una parte de la respuesta que se debería esperar de la Iglesia Católica en nuestro país, pero solo una parte. Porque hasta la fecha, quien ha llevado la parte más pesada han sido las víctimas -las pasadas y las presentes-. Algunos de esos delitos ya han prescito (entre otras cosas por culpa de ese “silencio cómplice”), pero otros no. Sobre esos que aun no han prescrito falta que la Iglesia opere en consecuencia (moral y legal) y los denuncie de motu propio, sin escudarse en ese concepto vago de “inacción de toda la sociedad española”.

Pero en la Conferencia Episcopal deben seguir pensando que… “mal de muchos… consuelo de obispos -añado yo-.




domingo, 5 de agosto de 2018

Sapos y culebras


No sé si tienen cuernos y rabo. No sé si viven encerrados entre fuego y azufre o el azufre y toda esa pamplina sea un cuento para confundirnos. Lo que sí sé es que son huéspedes incómodos que cuando se alojan en nuestras casas la convierten a uno en una sombra que no sabe hacia donde dirigirse.

El más malo que conozco yo de todos ellos se llama la Envidia. Te va poniendo zancadillas por todas partes y te incapacita para ser -o al menos estar- alegre.

Conozco otro que se llama Vanidad y hace que, cuando más cuanto más alto estés, convierte todo en un espejo donde, en lugar de ver mejor por tener perspectiva y estar más alto, únicamente ves su propia imagen.

Y en consecuencia, es un rechazo a los demás ya que hace que los otros nos vean frágiles y se queden heridas difíciles de curar porque duelen.

Y no digamos nada desde que podemos llamar su hermana gemela, la Burla. Casi siempre viene disfrazada de humor, pero su intención no es otra que humillar a los débiles y a los más desprotegidos.

La Intolerancia es su vestido de gala. Y, claro está, no podemos olvidarnos del Rencor. Si te coge bien te desgasta hasta las entrañas. Y llegamos a la reina del cotarro: la Soberbia, seduce a los más débiles y los viste de Reyes.

Y nos queda un mal bicho: el Egoísmo. A cada momento está cantando a nuestro lado: "solo tú importas, tío".

Seguro que tú que nos traes conoces muchos más. y muchos de ellos que pasan por nuestro lado y van dejando víctimas en las cunetas.

Pero ante la gente de sentido común , y supongo que tú y yo somos del mismo equipo, tiene todas las de perder.