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viernes, 15 de marzo de 2019

Calma y silencio


Por aquel tiempo eran muchos los que se retiraban a la soledad de los montes a meditar. Y eran muchos los que, en el silencio de las cumbres y de los pequeños valles ocultos, se buscaban a sí mismos.

Pero Abul Beka decía de ellos:
- Aquellos que buscan el silencio en la calma nunca lo encontrarán desnudo. Para desnudarlo hay que buscarlo entre el bullicio. Decidme: ¿de qué sirve a un corazón tener calma en medio de la soledad? ¿Acaso no es como la calma que tiene un río cuando riega un valle?
Mas ¡qué grande es un corazón cuando en medio de la alteración conserva la calma y se viste con el silencio! Es como el torrente que resbala sereno por la falda de la montaña.
Muchos van a lugares donde lo más que les molesta es el canto de un pajarillo o el ritmo que arranca la brisa a las hojas de los árboles. Y se dicen: «Estoy tranquilo y sereno en este lugar, ya he alcanzado la calma y el silencio es el amigo de mi corazón».
Pero cuando vienen al bullicio, sus corazones se agitan y sus pulsos se alteran; y sus pensamientos chocan violentamente en sus frentes. Y yo les diría: ¿dónde guardasteis la calma? ¿Qué morada le preparasteis en vuestros pechos que tan pronto se fue de vosotros?
Mirad que aquel que busca el silencio interior lo encuentra en medio de los ruidos y de las voces y de los gritos; y tomándolo, lo sienta en su corazón, y al escucharlo ya no oye hacia fuera sino hacia dentro.
Y en verdad os digo que ni una tormenta ni el galope de cien caballos podría separarlo de él.
Para buscar, pues, la calma interior, no os vayáis adonde todo es calma. Id adonde no hay calma y sed vosotros la calma. De esta forma la encontraréis al darla y la tendréis en el grado en que veáis que otros necesitan de vosotros para calmarse.

 Autor: Cayetano Arroyo 
"Diálogos con Abul Beka"




sábado, 22 de septiembre de 2018

La cotilla





Le gustaba observar a los demás. Mas bien, digamos, “curiosear”. Tanto que hace poco tiempo encargó unas ventanas especiales para su casa. Ella podía ver todo lo que ocurría en el exterior pero a ella desde fuera nadie podía verla.

Cuando alguien tenía dudas sobre las costumbres de algún vecino del barrio el medio más eficaz para conocerlas era preguntar a Elena. Ella se creía la más integra y los vecinos se preguntaban de dónde sacaba el tiempo, pero al -seamos sinceros- todos procuraban no aparecer demasiado muy íntimos de ella, y algunos había que buscaban la manera de darle una lección.

Más de uno (y de dos) pensaba ella no debía meterse en ese juego ni los vecinos darles comba, pues, a fin de cuentas, era un modo de caer en lo mismo que criticaban. Pensaban que la libertad es lo más grande que uno tiene en su vida y que no de podía vivir en aquel pueblo pendiente de un espía. Era como una amenaza bomba permanente... Había que pensar algo, sin venganza ni agresividad, pero que sirviera para que ella reflexionara que no debía meterse en ese juego.

Y así, aprovechando que ella había invitado a unos cuantos a ir a unas cuadras del pueblo para ver los devaneos de una comadre casada con un vecino del pueblo cercano, instruyeron a sus hijos para que hicieran la foto que aparece como título del presente post. Su enfado orquestado con gritos fue conocido en directo por todo el pueblo.

Al final se sacó como conclusión la necesidad de vivir como buenos vecinos en el pueblo colaborando unos con otros  y no haciendo a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo.




domingo, 16 de septiembre de 2018

No quiero más


En este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una persona amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o casi todo...

Ángeles Caso