Mostrando entradas con la etiqueta miseria. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta miseria. Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Cinco Mil Millones

“El niño cinco mil millones, -clamaba Mario Benedetti- mucho antes de nacer ya tenía hambre, un hambre atroz, un hambre vieja”. De estos niños poco se sabe. De los niños europeos todo se sabe, todo se escribe y se cuenta. Si son de otros países, poco importa saber lo que tienen o no, lo que hacen o dejan de hacer.

Como el sol que quema las hierbas, así son las lenguas que no hablan o las que, hablando, esconden o no dicen la verdad.


Y así sigue repartido el mundo. En unos sitios los arenales están cubiertos de rosas, y en otros los campos donde se cosechan los frutos para comer siguen estallando lo volcanes.



miércoles, 24 de mayo de 2017

No somos iguales

No somos iguales a los que tienen el poder en sus manos y no les ha venido del pueblo. No somos iguales a los que han ido labrando su fortuna a costa de otros o simplemente han tenido suerte. Pero hay otros muchos que tampoco son iguales a los que nos quejamos de ser inferiores. Hay muchos llenos de hambruna unos, otros víctimas del alcohol y las drogas, los hay negros, latinos, hispanos no blancos, que tampoco se les trata igual que a nosotros, y que, sin embargo, le dan gracias a la tierra que los deja acostarse y al árbol salvaje de cuyas frutas se alimentan. Sí, también los hay que no son iguales a nosotros.

Los hay que registran en los contenedores buscando la comida que otros no queremos. Y los que se ponen la ropa ya usada por nosotros y que pasó de moda. Y ahí siguen, día a día, paseando al perro que les cuida de noche, y sin dejar de soñar con que un día podrán ser como nosotros.


sábado, 6 de mayo de 2017

Racaneando


Se le conocía por ser un gran ahorrador. Con 800 euros comía, pagaba el alquiler, separado de su mujer, pasaba 180 todos los meses para la manutención de su hijo. Hablaba poco. Al cine no iba casi nunca. Compraba ropa en una casa de segunda mano. Y cada mes le sobraba, en el contexto de su salario, una notable cantidad a fin de guardar para el futuro. Hablaba con poca gente. No se le conocía amigos. Pensaba que cuanto menos bulto, más claridad. Difícil era solidarizarse con un caso que lo mereciera, pues cuanto menos gastaba más tendría para el futuro. Lo mismo le pasaba con las amistades. Cuantos menos amigos, mejor podría tratarlos. No era cosa de derrochar amistad en uno, tenía que guardar para otro. Como si la producción de amor y de amistad la tuviera cada uno limitado y había que saber repartirla para no malgastarla. Alguien le hizo despertar un día de la somnolencia afectiva en que vivía y ¡trabajo le costó¡, pero con el tiempo llegó a descubrir que cuanto más daba, mas tenía.