Se le conocía por ser un gran
ahorrador. Con 800 euros comía, pagaba el alquiler, separado de su mujer,
pasaba 180 todos los meses para la manutención de su hijo. Hablaba poco. Al
cine no iba casi nunca. Compraba ropa en una casa de segunda mano. Y cada mes
le sobraba, en el contexto de su salario, una notable cantidad a fin de guardar
para el futuro. Hablaba con poca gente. No se le conocía amigos. Pensaba que
cuanto menos bulto, más claridad. Difícil era solidarizarse con un caso que lo
mereciera, pues cuanto menos gastaba más tendría para el futuro. Lo mismo le
pasaba con las amistades. Cuantos menos amigos, mejor podría tratarlos. No era
cosa de derrochar amistad en uno, tenía que guardar para otro. Como si la
producción de amor y de amistad la tuviera cada uno limitado y había que saber
repartirla para no malgastarla. Alguien le hizo despertar un día de la
somnolencia afectiva en que vivía y ¡trabajo le costó¡, pero con el tiempo
llegó a descubrir que cuanto más daba, mas tenía.
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