En pequeños grupos se habían
extendido por todas partes. De tres pasaron a treinta y pronto se vieron en
trescientos mil. A ese ritmo darían la vuelta al mundo. Y así ocurrió. La
Tierra se convirtió en un ovillo de fiestas y celebraciones, de belleza y de
fuerza. La unión de unos con otros lo había hecho posible. Vamos a sumar, se
dijeron. No reventemos el sueño de nadie. Así, con el tiempo, lograron que
Trump bajara de la picota de la fama de los vientos y pedruscos a las entrañas
de la preocupación por los problemas de la gente o, al menos, no hacerlos más
grandes.
No sé yo si comenzar un jolgorio universal cambiará de forma de pensar a Donald Trump. Pero la imagen es preciosa.
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