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domingo, 26 de diciembre de 2021

Un acontecimiento al que estamos acostumbrados a diario: una mujer dando a luz una nueva vida.

Una fiesta como todas, en realidad: comer, beber, estar juntos. Música.


La costumbre de regalar a otros, como reconocimiento de los afectos, del cariño…



Y, sin embargo, hay que hace a estos días especiales -en algún lugar he leído que revolucionarios. Porque ese parto de esa mujer lo cambió todo. Y porque, en realidad, lo de menos es comer y beber, lo demás es estar juntos y poder demostrar ese efecto mágico que nos deja en el alma, esa sensación de unión, liberara con la música de esos villancicos, que pasan de generación en generación.


Sí, es cierto que algunas costumbres cambian, incluso algunas se pierden. Pero ha ocurrido siempre. Surgen otras nuevas -ni mejores ni peores: distintas-.


De lo que tenemos que ser conscientes es de que son fiestas cargadas de simbolismo, con el mismo amor (no le tengamos pudor a la palabra) de siempre.






martes, 14 de diciembre de 2021

Barranco de la Virgen, en la isla de Gran Canaria

Barranco de la Virgen, barranco de sueños. Donde vamos aprendiendo caminos, desandando tramos. Afianzando las rodillas vacilantes que recorren el suelo sediento, manantial de agua limpia y cristalina que puede hacer todo de nuevo.

Donde brota la vida y nos invita a cuidar el planeta, nuestra casa común. Donde habitan las gotas de rocío que hace florecer a los veroles y la poesía, que asomada a las simas del barranco, besa las aguas. 


Nosotr@s somos el agua.


Araceli Díaz







sábado, 27 de noviembre de 2021

Mentiras que matan

Me he puesto las dos dosis de la vacuna contra el covid. He solicitado la vacuna de la gripe. Y en cuanto se establezca la tercera dosis de refuerzo para mi edad, seré el primero en ponerme a la fila. Porque no vacunarse es como defraudar a Hacienda: evadir responsabilidades a nivel sanitario como el que evade impuestos. Vivir en sociedad significa pensar en el prójimo y no solo en uno mismo. Se supone que cada uno de nosotros somos a estas alturas del problema suficientemente inteligentes como para no querer hacernos daño ¿Cómo puede ser que haya personas que están dispuestas a no vacunarse como una seña de identidad de ideología política? ¿Qué valor o dogma puede ser más creíble que el científico?

Apliquemos el conocimiento empírico a quienes nos distraen con sus banalidades y comprobaremos que ni ellos se creen sus propias mentiras. Mentiras, por cierto, que matan.

(carta de un lector en el Periódico de Barcelona -26/11/2021)

martes, 23 de noviembre de 2021

La extraña fama de los argentinos en el exterior (La Nación)

Se dice de mí... Que soy arrogante. Que soy frívolo. Que soy inseguro. Que soy un italiano que habla español y se cree británico. Que desprecio a mis vecinos de América latina por su sangre indígena y su aspecto mestizo. Que tengo una pelota de fútbol en la cabeza o la cabeza en una pelota de fútbol. Que gasto fortunas en cirugías estéticas, ropa y psicoanálisis. Que vengo del país de las mujeres más bellas, bulímicas y anoréxicas casi todas ellas. Que sonrío al cielo cuando hay relámpagos, porque pienso que Dios está fotografiándome. Que duermo poco, fumo mucho y ceno demasiado tarde. Que podría suicidarme si me arrojara desde lo más alto de mi ego, el pequeño argentino que todos llevamos dentro.

La fama no es cuento: "En la que se ha denominado, a veces, la ciudad más neurótica del mundo, tal vez sea lógico que reine Woody Allen -escribe Anthony Faiola, corresponsal de The Washington Post-. Es cierto. En la ligeramente paranoica, a menudo hipocondríaca y siempre atormentada de culpa capital argentina, que ostenta el mayor número de psicoanalistas per cápita del planeta, el excéntrico actor y director es lo que Jerry Lewis a los franceses: uno de los pocos norteamericanos proclamado genio".

La fama no es nueva: "Durante mucho tiempo, los argentinos estuvieron orgullosos de su arrogancia, quizá como una manera de ocultar sus inseguridades acerca de su verdadera identidad -rubrica Calvin Sims, corresponsal de The New York Times-. Hacen gala de su origen y cultura europeos ante sus pares latinoamericanos. Pero las reformas sociales y económicas sugieren que ya no merecen la reputación de altivos".




La fama cunde: "El mejor negocio del mundo es comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que dice que vale -dice un humorista mexicano-. Sienten que son iguales al resto de los mortales sólo cuando tienen complejo de inferioridad. A un taxista del Distrito Federal le tocó llevar a uno, camino a Cuernavaca, que quería comprobar desde la montaña cómo se veía la ciudad sin él".

La fama sorprende: "Miran fútbol en plena temporada de basquetbol -observa Rick Jervis, redactor de El Nuevo Herald, de Miami-. Comen morcillas, salchichas hechas con sangre. Manejan como el peor chofer, pero a diez veces la velocidad".

La fama hostiga, y los argentinos terminan siendo bichos raros. Tan raros que, en algunos casos, la gente de las provincias trata de no ser confundida con los porteños, destinatarios no asumidos de las bromas más frecuentes. Todas ellas están vinculadas con su presunta superioridad: "Jesús era tan humilde que nació en Belén pudiéndolo hacer en Buenos Aires", ponen en boca de ellos.



"Macanudo, che" 

A los oídos de los extranjeros, especialmente de los latinoamericanos, suena extraño el cantito que perciben cuando habla un argentino, porteño en especial, y el uso de palabras inusuales fuera de Buenos Aires, como che, pibe, viste (latiguillo con signo de pregunta) y macanudo.

"Macanudo, che", justamente, terminó repitiendo en su casa un taxista puertorriqueño de Nueva York que, por hablar español, fue contratado durante una semana por una pareja de argentinos: "Mi mujer me decía algo y yo le respondía macanudo, che -sonríe José González-. Entonces, ella apagó el televisor, me miró fijo y me preguntó qué quería decir macanudo, che".

La pareja de argentinos, según el taxista, compró de todo: ropa, zapatos, radio, televisor, videocasetera, teléfono, computadora... En el aeropuerto trabaron una discusión con la empleada de la compañía aérea, ya que debían pagar 700 dólares por el exceso de carga. Al final, de puro insistentes, terminaron desembolsando apenas 200.

La pasión, a falta de buen fútbol en los Estados Unidos, son las compras. El 73 por ciento de los argentinos desembarca en Miami, ya sea para quedarse o para seguir viaje. A la caza de ellos y de los brasileños, en particular, están los vendedores de electrodomésticos y de computadoras. Los carteles anuncian que hablan español ("spanglish") y portugués ("portuñol").

"Les fascina el shopping", afirma Michael Aller, coordinador de turismo y convenciones, y jefe de protocolo de la ciudad de Miami Beach. En los registros del Greater Miami Convention and Visitors Bureau de 1997 figura la visita de 308.691 argentinos que dejaron en las cajas registradoras 448.837.000 dólares, un 11 por ciento más que en 1996. Son los quintos en el ranking, después de los canadienses, los brasileños, los alemanes y los venezolanos (creadores del "déme dos").

Miami es uno de los pocos lugares de los Estados Unidos en donde el mate no es visto como una droga peligrosa. Termos y bombillas campean en las playas. El argentino tipo, 44 años de edad, profesional, ejecutivo o dueño de una compañía, va de vacaciones con su familia (3,03 personas), permanece 7,5 noches en hoteles de Miami Beach (ciudad preferida por el 42,10 por ciento) y gasta 1454,64 dólares (sin incluir los pasajes de avión ni los souvenirs ).

Al ego nuestro de cada día, con la avenida más ancha del mundo (9 de Julio) y la calle que nunca duerme (Corrientes), contribuyeron últimamente las relaciones carnales con los Estados Unidos, después de varios años de antagonismo, con el carnet de socios mayores extra NATO, exclusivo en el continente, y con la admisión de una cuota anual de 20.000 toneladas de carne made in las pampas , aún magra, tras seis décadas de veda.





A diferencia de los otros latinoamericanos, los argentinos son los únicos que no necesitan visa si permanecen 90 días o menos en los Estados Unidos. Aquellos que ingresan más de tres veces por año pueden obtener una tarjeta magnética, Inspass, con la que evitan la tediosa fila de Inmigración. " Argies , por aquí", ya dividen las aguas en los aeropuertos.

Pero todo extranjero se asombra cuando se entera de que Buenos Aires está casi empatada con Nueva York en el récord mundial de psicólogos y psiquiátras: 111 cada 100.000 habitantes, según revela Clifford Krauss en el Times: "Los argentinos hablan en forma tan abierta de ir a su analista como de ir al mercado. La costosa terapia es parte de la vida de la clase media, como unas vacaciones en las playas de Mar del Plata o los boletos para la temporada de ópera en el Teatro Colón". Es como si se ufanaran de sus propias neurosis.

Por eso, según el corresponsal Faiola, películas como "Mighty Aphrodite" (Poderosa Afrodita), "Everyone says I love you" (Todos dicen te quiero) y "Deconstructing Harry" (Los secretos de Harry), de consumo más artístico que masivo en su lugar de origen, tienen tanto éxito de taquilla en la Argentina. Es el tercer mercado de Woody Allen, después de los Estados Unidos y Francia.

"¿Por qué Woody Allen en la ciudad del tango? -especula Faiola-. Simple: los argentinos, como el mismo Allen, tienden a creer que tienen más problemas que el resto del mundo, y adoran analizarse hasta la muerte."

El estigma de la arrogancia argentina va de la mano de una educación que, según admiten todos, supera la media. De ella se nutren desde la mayor comunidad judía de América latina, afincada en Buenos Aires, hasta los hijos de los inmigrantes de otros orígenes. Consta también en las fichas del Departamento de Estado: los argentinos, comparativamente, gozan un alto estándar de vida, y la mitad de la población se considera a sí misma de clase media.

En "Los otros americanos", un libro escolar de español, las autoras, Nina Lee Weisinger y Marjorie Johnston, hacen decir a Alberto, un estudiante ficticio: "Buenos Aires se llama el París sudamericano. Para su tamaño tiene más millonarios que ninguna otra ciudad, y todo el mundo parece tener dinero. Como Nueva York, es una ciudad cosmopolita y se ve en sus calles gente de muchas nacionalidades que habla varias lenguas. Hoy día esta capital dista de Nueva York siete días por aeroplano, y se dice que dentro de poco sólo distará cuatro días". Fue editado en 1934.



Buenos Aires, en la mira de Hollywood

WASHINGTON (De nuestro corresponsal).- En la película "Independence Day", el rayo de los extraterrestres pulveriza la Casa Blanca. En "Mars Attacks!", los marcianos invaden ciudades de los Estados Unidos. En "Starship Troopers", la cosa cambia: no queda piedra sobre piedra en Buenos Aires. Y el protagonista de la película, un porteño que habla inglés y visita, antes de la invasión, la casona en medio de las despobladas pampas en la que viven sus padres, se venga de los insectos gigantescos que pretenden destruir la Tierra.



"¿Argentino? Maradona"

Pregunta y respuesta, expresadas por la misma voz, hablan de la asociación libre con el nombre del país. Antes era Evita, gracias a Madonna. O Gardel. O El Che. O Borges y Cortázar, en los círculos intelectuales. O Menem y Cavallo, entre los políticos y los brokers . O Batistuta.



Pero es como si Maradona hubiera superado a todos, acaso por el tiempo multimediático en el que le tocó ser ídolo de multitudes. "Ah, la mano de Dios", sugieren, aludiendo al gol contra los británicos en 1986. Y una mueca de mal humor cuando la conversación aterriza en las drogas.

Inquietud por la economía, después del 5000 por ciento de inflación. Diferencias entre la carne argentina y la norteamericana. El tango. Algún chiste ingenuo sobre argentinos: "Los perros de allá ladran: Esteee... ¡Guau!". Una réplica sobre norteamericanos: "Quienes hablan tres idiomas son trilingües, quienes hablan dos son bilingües y quienes hablan uno son americans ".



Guelar: "Somos los más conscientes de nuestra locura"

WASHINGTON (De nuestro corresponsal).- "Los argentinos somos los más conscientes de nuestra locura -dice el embajador ante los Estados Unidos, Diego Guelar-. La ciudad de Buenos Aires es muy especial, como Nueva York o París, y tiene sus propias ceremonias, como el psicoanálisis. Si al psicoanálisis puede llamárselo ceremonia, claro. Creo, sin embargo, que la arrogancia que se le atribuye al porteño es parte de su sentido del humor."

Guelar, entrerriano de nacimiento, porteño por adopción, sostiene que la arrogancia puede ser parte del sentimiento de provinciano exiliado que arrastran los porteños: "El jefe de gobierno (Fernando de la Rúa) es cordobés y un ex intendente, como Carlos Grosso, es chaqueño", abunda en detalles.

Todas las ciudades grandes, sobre todo aquellas en las que el hombre suspende los ritos del pago chico, como la siesta, tienen algún componente de locura, según explica.

"La prepotencia del porteño es algo sí como el orgullo de la pertenencia -afirma Guelar-. Pienso que va a ayudarnos el nuevo status de ciudad Estado. Durante muchos años, la Argentina tuvo un problema de identidad en el que la relación con nuestros vecinos estaba marcada por una vocación de diferenciarnos, pero, a la vez, mantuvimos una política de fronteras abiertas." Y agrega: "Ni en los peores momentos de la desocupación, con una tasa del 19 por ciento, se levantó una voz política para expulsar a los chilenos, los bolivianos, los paraguayos o los uruguayos que viven en el país. Eso puede ser una contradicción con nuestra arrogancia".


Moscas blancas

Los argentinos, sin embargo, suelen ser moscas blancas en reuniones con latinoamericanos, ya que son considerados algo así como europeos, o intrusos, en un continente al cual no se sienten integrados.

"Sí, eso molesta un poco, sobre todo por la actitud altiva que tiene el porteño", confiesa Santiago Canton, director de Información Pública de la Organización de Estados Americanos (OEA) y ex director de América latina del National Democratic Institute (NDI), brazo internacional del partido de Bill Clinton.

Canton, nacido en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires, radicado aquí desde hace 10 años, todavía se sorprende cuando un porteño, en un diálogo con norteamericanos o en un taxi, se siente orgulloso de ser confundido con un italiano o con un francés.

"Yo no creo que Buenos Aires sea una ciudad europea, sino una mezcla de Europa con América latina -indica-. Evolucionó, nos guste o no, como las otras capitales del continente, respetando los ciclos políticos y culturales. Que algunos argentinos se sientan más europeos y marquen la diferencia es otra cuestión. Ese intento es real. Por eso, nos dicen arrogantes. Entre los latinoamericanos siempre hay pica entre los países, pero, habitualmente, la Argentina es el blanco de todos".


Jorge Elías

(La Nación, 7 de septiembre de 1.998)





viernes, 12 de noviembre de 2021

¿Qué pasaría?

¿Qué pasaría si un día despertamos dándonos cuenta de que

somos mayoría?


¿Qué pasaría si de pronto una injusticia,

sólo una, es repudiada por todos,

todos que somos todos, no unos,

no algunos, sino todos?


¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos

nos multiplicamos, nos sumamos

y restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso?


¿Qué pasaría si nos organizáramos

y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas,

en silencio, en multitudes,

en millones de miradas la cara de los opresores,

sin vivas, sin aplausos,

sin sonrisas, sin palmadas en los hombros,

sin cánticos partidistas,

sin cánticos?


¿Qué pasaría si yo pidiese por vos que estás tan lejos,

y vos por mí que estoy tan lejos,

y ambos por los otros que están muy lejos

y los otros por nosotros aunque estemos lejos?


¿Qué pasaría si el grito de un continente

fuese el grito de todos los continentes?


¿Qué pasaría si pusiésemos el cuerpo en vez de lamentarnos?

¿Qué pasaría si rompemos las fronteras

y avanzamos, y avanzamos,

y avanzamos, y avanzamos?


¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas

para tener sólo una, la nuestra,

la de todos, o mejor ninguna

porque no la necesitamos?


¿Qué pasaría si de pronto

dejamos de ser patriotas para ser humanos?

¿No sé... me pregunto yo,

qué pasaría?

 

Mario Benedetti







lunes, 21 de diciembre de 2020

Sentido común

 Reflexiona nuestra amiga Mappi...

Anoche me asomé al balcón virtual desde dónde se puede apreciar mejor la realidad y fue entonces cuando varios sentimientos y emociones se cruzaron ante mí. No sin cierto miedo abrí los ojos que momentos antes había cerrado por no querer ver la realidad.

El mundo estaba dividido en dos realidades paralelas pero contrapuestas, una parte era consciente que estamos viviendo una situación dramática y peligrosa, donde hay mucho dolor y lágrimas que se derraman en muchos casos por esa otra realidad que parecen que no existen más que ellos con su inconsciencia, egoísmo, soberbia y sin pensar ni importarles la situación que vive el mundo en general, solo existen las fiestas y el super yo y nadie más.

Estos son los parias de una sociedad que no construyen sino destruyen y encima se ríen y es entonces cuando con dolor piensas que son estos elementos as lo que necesitan es mano dura, con cárcel incluida. Aquí no vale la libertad individual cuando se perjudica gravemente la colectiva. Cuando el lenguaje no sirve para comunicarse hay que emplear otros medios para que entiendan que esa otra parte del mundo, que está viviendo la verdadera realidad, no va a permitir que sea quien sea o lo importante que sea, destruya una sociedad que tanto esfuerzo nos ha costado construir, esa es la verdadera pandemia y la vacuna se llama como me dijo un señor en la feria de artesanía sabio de la vida Macana de macanazo y dice que en los bailes cuando los muchachos se pasaban se les daban un macanazo. Yo vi la macana y les aseguro que daba respeto.

Pues eso que parece humor pienso que ya va siendo hora de emplear la macana con la ley en la mano, porque hay muchas personas que están sufriendo, e incluso muriendo, por estos descerebrados y eso no es un insulto sino libertad de expresión.



martes, 27 de octubre de 2020

Segunda ola

¿Volverá la situación a ser tan grave como en marzo pasado? No parece que vaya a ser así. Pero tampoco pensábamos entonces a ver lo que se avecinaba -yo entre ellos-. Nunca pensamos que las cifras nos desbordarían, pero lo hicieron; nunca pensamos que las UCIS de los hospitales colapsaran (porque, seamos realistas, colapsaron), ni que las residencias de la tercera edad se convirtieran en auténticas ratoneras; ni nos imaginábamos que la recuperación económica vaya ser en realidad tan lenta como ahora ya es seguro. Pensamos, ingenuamente, que el calor del verano -y no nosotros- acabaría con el virus. Lo duro quedaba atrás y era ya cuestión de esperar pacientes a una milagrosa vacuna que dejara atrás la pesadilla.


Pero hemos vuelto a pecar de soberbia. Pasado lo peor, hemos bajado la guardia y nos mostramos reticentes a hacer lo que toca en cada caso. No es sólo una cuestión de mascarillas, lavarse las manos a cada rato o de distancia social, que también. Es toda una actitud mental de alerta, de prevención, de solidaridad. Para eso es más difícil concienciarse. Si no nos ha valido de experiencia lo vivido dudo yo que revierta nuestra conducta por que se nos avise que viene el lobo. El lobo ya vino, nos tomó por sorpresa y nos dejó temblando.


¿Estamos mejor preparado? Objetivamente sí. Ya tenemos la experiencia de por dónde va esto. Pero precisamente por eso debemos abandonar esa soberbia humana que nos caracteriza. Lo demás es pan para hoy y hambre para mañana. Hambre en el más amplio sentido del término.





viernes, 2 de octubre de 2020

Quino

Catorce o quince años creo recordar que tenía yo cuando alguien tuvo el detalle de regalarme mi primer libro de Mafalda; más que un libro un cuaderno grueso, apaisado, con tapas de color morado. Aún lo conservo, aunque este desvencijado de tanto repasarlo una y otra vez.

Desde entonces, ella misma, sus sufridos padres, su hermanito Guille y su pequeño grupo de amigos -Felipe, Manolo, Miguelito, Susana y la pequeña Libertad- se volvieron también los míos. Me ayudaron a comprender el mundo -así de claro-, a comprender lo que ocurría a los demás y, también, a respetar los untos de vista de otros.


Después, y poco a poco, descubrí el universo en blanco y negro de su creador, Quino. Un universo lleno de ternura, inteligencia y claridad. Sus personajes, casi todos anónimos, estaban llenos de realidad; de vida cotidiana, pero sobre todo de humanidad. Eran ciudadanos en los que te reconocías, en los que los problemas cotidianos se plasmaban sin acritud, sabedores de la dificultades -a veces insalvables- les convertía en dignos supervivientes. No recuerdo una sola viñeta de Quino en la que se desprenda odio, falta de respeto, desprecio… quizás sólo cuando el tema versaba en torno a las dictaduras militares (en un país como el suyo, Argentina, que sabía de sus dolorosas consecuencias).


Se nos ha ido Quino. Quizás sea hora de recordar alguna de esas pequeñas grandes frases que salieron de su boca: “Ya que amarnos los unos a los otros no resulta, ¿por qué no probamos amarnos los otros a los unos?”.



lunes, 14 de septiembre de 2020

Una paella en grupo

 Un día cualquiera, o eso creíamos...

 

Un grupo de personas se encontraron en un salón de la casa Pérez Galdós, se iba a impartir un taller de escritura. Había expectación.

 

Cómo es comprensible la diversidad está evidente: distintas edades, cultura, modo de ser y actuar, distintas personalidades, religiones y opiniones política.

 

Eso no me inquietaba, no buscaba amigos. Nos sentamos en el primer sitio que encontramos, fue pasando el tiempo y los talleres se iban sucediendo y las sillas se iban acercando y ya pasábamos lista -fulano no ha venido ¿estará bien?-. Luego siguieron otras muchas inquietudes más que iban cerrando en los diersos  grupos que se iban creando y disolviendo. Pero el conjunto allí presente se caracteriza sobre todo por su humanidad, no es un grupo cualquiera, es una paella a la que hemos llegado después de haber pasado por distintos guisos a los que no nos convencía al paladar.

 

Dios salve a la paella por muchos años.

 

Y al decir Dios me refiero al que cada cual crea… o en ninguno.




sábado, 25 de julio de 2020

Diez años después

No creo equivocarme mucho si digo que la gente piensa que la mayoría de políticos no cumplen sus promesas. Los programas electorales son lo más parecido a un panfleto publicitario y los mítines de campaña un ejercicio de retórica hueca que solo consigue convencer a los que ya venían convencidos de casa. Y sin embargo, quien más y quien menos asumimos que así son las cosas, sin que le demos más importancia, sin capacidad ya para pasar facturas a esos incumplimientos.

Los hay quienes se conforma con cambiar su voto al partido de enfrente, aun sabedor de que de nuevo deposita su confianza en alguien que casi seguramente también le va a defraudar. Es como si nos reserváramos el derecho a elegir quién nos va a engañar. Pudiera parecer que a eso se ha quedado resumida la Democracia.

El 15M supuso un verdadero terremoto que exigía un cambio en las formas y, sobre todo, en los fondos. Al eslogan de “No nos representan” nos apuntamos muchos -tanto de izquierdas como de derechas-. Solo (y ya es bastante) reclamábamos sinceridad y coherencia. Pero cuando dentro de unos meses se cumplan diez años de todo aquello da la sensación de que aquella energía se ha ido perdiendo por el camino. Poca diferencia parece haber entre los llamados “viejos” y “nuevos” partidos.

Me encantaría pensar que me equivoco.


lunes, 29 de junio de 2020

Contra la homofobia

Este año no podrán celebrarse ningún acto en la calle con los que reivindicar la lucha contra la hemofobia, en ninguna de sus manifestaciones.

Son tiempos estos en que se nos recuerda la necesidad de guardar la distancia social de marras. Llegarán tiempos mejores...



jueves, 18 de junio de 2020

Las miserias de la abundancia (Sea Mackaoui)

Los Estados, como los organismos, envejecen. Su envejecimiento social, demográfico y político puede ser corregido con ciertos ajustes, y su decadencia, aunque inexorable, se ralentiza o, sencillamente, se reconfiguran las fronteras y unos Estados se dividen o se integran en otros y desaparecen. En los sistemas garantistas, su fuerza política y su superioridad ética suelen acabar convirtiéndose en su mayor debilidad.

Tras varias generaciones, en Europa, el ciclo de crecimiento económico tras la Segunda Guerra Mundial permitió la extensión de los servicios sociales, el aumento de la esperanza de vida, la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, seguridad militar y la garantía de unos derechos individuales concedidos graciosamente por el Estado del bienestar. Estos factores se asociaron a la democracia.

Esa visión mágica de la democracia, amparada en la ilusión supersticiosa de que todo se arregla en política con gestos, símbolos, empatía y palabras, excluye una definición técnica, capaz de revelar sus limitaciones y defectos. Esta opulencia social y económica condujo, por su propio desarrollo, a un envejecimiento demográfico y al aumento de bolsas de población improductivas y de los tiempos de ocio, absorbidos por la televisión y las redes sociales. Además, un  europeísmo ingenuo se entregó a la tendencial pérdida de soberanía una de toda épica.


jueves, 7 de mayo de 2020

Prepotentes...

Ya seamos jóvenes ya mas mayores, siempre hay momentos en nuestra vida que nos damos por sabidos. Al final, siempre resulta que deseamos que se nos note.

Que sepan allí estamos. Y exageramos ametrallando a los demás con nuestras opiniones incluso sin que nos hayan preguntado. Y es que, en ocasiones, cuanto menos sabemos más creemos saber. Poco a poco uno va tomando conciencia de esas exageraciones. “Cuanto menos sabemos, más creemos saber" o ¿cómo es posible que mi propia incompetencia me impida ver esa incompetencia?

Es decir que aquellos con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobreestimar dichos conocimiento y habilidades. Difícil dialogar con gente así, pues parten del principio de que todos los demás se equivocan.

Partir de ese axioma -el llamado efecto Dunning-Kruger- suelen mostrar una gran rigidez de pensamiento en quien así se comporta y no se limitan a dar una opinión ni a sugerir, sino que intentan imponer sus ideas, como si fueran verdades absolutas, tratando a sus interlocutores como incompetentes o completos ignorantes".

¿Qué se puede hacer ante ello? De entrada, no ser como ellos.


martes, 28 de abril de 2020

No es pedir demasiado

El mundo sería un buen lugar para vivir si mi vecino  cuando me nos encontramos en la escalera no pusieras cara de enfadado porque voy lento. A él parece no importarle que sea a que sea algo medico. El mundo sería buen lugar para vivir si el hijo de la vecina, la del tercero, fuese capaz cuando, bajando a la carrera las escaleras, levantara siquiera la mano y saludara.

El mundo sería un buen lugar para vivir si cuando, por cualquier motivo más o menos grave, uno visita a su médico de cabecera y le da la sensación de que le prestan un poquito de atención, en lugar de pasar los breves minutos como quien despacha con un sello de registro un papel en una oficina.

El mundo sería un poco mejor si en muchas de las residencias de la tercera edad los residentes tuvieran la sensación de estar atendidos y considerados como el sentido común indica. Estas cosas no se las puede contar uno a cualquiera que no conozcamos. Se creerán que estamos locos o pedimos demasiado.


jueves, 16 de abril de 2020

Cisne negro

En Economía -y también en Sociología- se denomina cisne negro al hecho o conjunto de hechos imprevistos, generalmente negativos, que determinan un cambio drástico capaz de cambiar el curso de la realidad.

Un cisne negro fue, por ejemplo, la quiebra de Lehman Brothers, un 15 de septiembre de 2008. Un año antes había presentado una cuenta de resultados con los máximos beneficios de sus 158 años de historia. De la noche a la mañana cundió el pánico en los mercados financieros y… y el resto ya es sobradamente conocido ¿verdad? Pero hasta es momento las cosas parecían ir suficientemente bien, sin que nadie pareciera percibir de modo claro el abismo que se aproximaba.

Tiempo atrás, en septiembre de 1929, un martes negro (28 de octubre para más señas) la bolsa neoyorkina entró en pánico, cundió la desconfianza entre los inversores y se colapsaron las finanza. En pocas semanas se perdieron infinidad de empleos, dentro y fuera de Estados Unidos.

Y ahora, sobre nosotros sobrevuela otro cisne negro: una circunstancia, en principio imprevista; algo que aparentemente no tiene relación alguna con la realidad económica, pero de la que todos somos ya conscientes de sus consecuencias. Aparte de la dramática cifra de vidas que se va a cobrar en todo el mundo, todos los países sobre la faz de la tierras van a ver arrasadas sus economías.

Cisne negro, pues, la circunstancia o conjunto de circunstancias que cambian de manera rápida y negativamente la realidad. Pero esos cisnes negros ¿son tan imprevisibles como parecen? ¿O preferimos mirar para otro lado cuando alguien avisa de un peligro probables? ¿Acaso no fueron tachados de agoreros a quienes avisaron de que, tarde o temprano, esto podía pasar, que ya había avisos previos  en el horizonte?

Otro tanto ocurren de los que nos advierten del cambio climático o del agotamiento de las fuentes de energías consumibles, por ejemplo.

El tiempo dirá si aprendemos la lección o dejamos pasar de nuevo la oportunidad. Más nos vale, no habrá una segunda.


viernes, 28 de febrero de 2020

No es no, otra vez el fin del mundo

Proliferan estos días las imágenes apocalípticas a propósito del coronavirus, pero impresiona en particular la fotografía de un militar italiano que patrulla en el perímetro de la catedral de Milán provisto de mascarilla y de una ametralladora. Han desaparecido los turistas y los transeúntes en la zona del Duomo. Y se ha derrumbado el Ibex con todos los síntomas del efecto mariposa.


El virus no es ya un exotismo asiático, una fiebre amarilla, sino un problema occidental. Tan occidental y tan cercano como las góndolas vacías —parecen féretros navegando en la laguna Estigia— y como los partidos de fútbol que se van a suspender, bien sea para prevenir la pandemia real o bien sea para neutralizar la enfermedad imaginaria: una especie de hipocondría planetaria que expone el poder de la superstición en las supuestamente sociedades informadas e instruidas. La aldea global es antes una aldea que un fenómeno global, de tal manera que el sensacionalismo de las televisiones y la sugestión de una plaga bíblica predisponen el diagnóstico de una comunidad vulnerable y expuesta, otra vez, a la psicosis del fin del mundo.

La propia Organización Mundial de la Salud alerta “urbi et orbi” del advenimiento de la gran pandemia, pero no está claro en qué consiste defenderse de ella, más allá de comprarse una mascarilla y de llevar un crucifijo o una bala de plata en el bolsillo. Se diría que la verdadera enfermedad es la histeria. No como mera abstracción, sino como demostración de una susceptibilidad que precipita las situaciones incontroladas de estrés, recelo del extranjero, angustia social y reacciones instintivas. Compramos en los chinos menos que antes. Y es probable que represaliemos ahora las pizzerías, más todavía cuando los programas de mayor audiencia promueven y vampirizan el gran espectáculo del planeta contaminado. Y no porque no haya razones para preocuparse ni para tomar medidas, sino porque el miedo a un agente exterior que se contagia fácilmente y que adquiere propiedades letales sobreestimula la credulidad de los espectadores.

Le sucedía al protagonista de Molière en 'El enfermo imaginario'. Poco importa que la enfermedad sea ficticia si provoca los efectos psicosomáticos de una afección 'verdadera'. El propio Molière fallecería al poco de estrenar la premonitoria pieza teatral, originando la leyenda negra de la indumentaria amarilla. Se supone que la llevaba puesta en las funciones. Y que le trajo mala suerte ponérsela, de tal manera que se ha generalizado la maldición del amarillo en los ambientes teatrales y hasta en los taurinos.

Tiene sentido la anécdota en el contexto del carnaval en que sarcásticamente ahora nos encontramos. El travestismo de los disfraces predispone la generalización de una indumentaria aséptica y purísimamente blanca que describe un estado de sugestión enfermizo. El desinfectante se vende a precio de oro en Italia. Costaba tres euros hace unos días y ahora se eleva a 23, de tal forma que la histeria se traslada a los problemas de abastecimiento y provoca una epidemia social a expensas de la serenidad y de la convivencia. Sucederá lo mismo en España en cuanto aparezcan los primeros casos. Los ancianos se mueren por centenares a cuenta de la gripe, pero el coronavirus excita la imaginación de una pandemia crepuscular, más o menos como si la peste bubónica nos estuviera acechando.

La gravedad inequívoca del coronavirus arriesga a ser menos relevante que la convulsión de la sociedad derivada del tremendismo y de las enfermedades imaginarias. Tanto valen estas últimas como las reales si terminan provocando un caos social, económico y hasta geopolítico, entre otras razones porque los remedios al brote apocalíptico engendran la sobreactuación y describen otros muchos intereses derivados. Empezando por la guerra comercial a China. Y por todas las dudas que ha planteado el régimen asiático en términos de transparencia y de rigor.

Es la razón por la que los medios informativos deberían responsabilizarse de la cautela y del rigor, pero la tentación de proyectar una película apocalíptica sobrepasa cualquier escrúpulo deontológico. Paradójicamente, la era del conocimiento procura todos los medios para propagar la superstición y los miedos atávicos. Sucedió con el ébola. Y volverá a ocurrir cada vez que se relacione al extranjero con el enfermo y al enfermo con el extranjero, más todavía en estos tiempos de populismo xenófobo y de prevención al contagio no ya de un virus sino de las ideas y de las reflexiones que puedan contaminar el hábitat de nuestra caverna.

Rubén Amón
(en elconfidencial.com; 25 de febrero de 2020)