Circula hace ya
tiempo por la red un hermoso texto, originalmente atribuido a Gabriel García
Márquez, pero cuyo autor es el cómico y ventrílocuo mejicano Johnny Welch. Es
una de esas pequeñas joyas que van calando en la memoria de la gente.
Si
por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me
regalara un trozo de vida, posiblemente
no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría
valor a las cosas, no por lo que valen, sino
por lo que significan.
Dormiría
poco, soñaría más, entiendo que
por cada minuto que cerramos los ojos perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se
detienen. Despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan, y
cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate.
Si
Dios me obsequiara un trozo de vida. Vestiría sencillo, me tiraría de bruces al
sol, dejando descubierto, no solamente mi
cuerpo sino mi alma.
Dios
mío, si yo tuviera un corazón, escribiría
mi odio sobre hielo, y esperaría
a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de
Benedetti, y una canción de
Serrat sería la serenata que les
ofrecería a la luna.
Regaría con lágrimas las
rosas, para sentir el dolor de
sus espinas, y el encarnado beso
de sus pétalos...
Dios
mío, si yo tuviera un trozo de vida... no dejaría pasar un solo día sin decirle
a la gente que quiero, que la quiero. Convencería
a cada mujer u hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor.
A los
hombres les probaría cuán equivocados están, al
pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan
de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese
a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el
olvido.
Tantas cosas he aprendido de
ustedes, los hombres. He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber
que la verdadera felicidad está en
la forma de subir la escarpada.
He
aprendido que cuando un recién nacido aprieta
con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre. He
aprendido que un hombre sólo
tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando
ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he
podido aprender de ustedes, pero
realmente de mucho no habrán de servir, porque
cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente
me estaré muriendo.
Texto de Johnny Welch.
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