Hace veinte años que Anna comenzó
a escribir sus memorias. La verdad es que solo tardó poco más de dos años en
escribirlas. Pero ¿cómo publicarlas? El dinero no era problema. Varios
compañeros y amigos de la universidad, donde unos tres años pudo dar clases de
literatura, le dijeron que se olvidase ahora y mañana de lo económico pues
ellos se encargarían. Sin embargo, no fue posible editarla. El director de la
editorial, de ideología liberal y defensor de la igualdad en todas sus
dimensiones, más bien teóricas, jugaba, entre bambalinas, con el texto para
hacerlo asumible por la censura.
La confianza en que la revolución rusa,
culminada en 1917 (este año fue su centenario), uniría a los dos bandos se
quedó en pura teoría. Sí, fue una revolución social, extendida al campo, a las
fábricas, al frente y a los pueblos no rusos del imperio. Pero le faltó líderes
que condujeran al pueblo por aquellos escenarios. Fueron llevados por un
“Maduro de comienzos del siglo XXI” que asumió, a trancas y barrancas lo de
“todo el poder para los soviets”. La oposición no tenía nada que hacer. Y si
hablaban, enseñaban y mucho más si escribían un libro que luego iba a perdurar,
eran considerados como rebeldes a la sociedad, provocadores de escándalos cuyo
salario tenían que pagarlo en la cárcel. Desde ahí se comprende los mil y un
problemas de Anna para que pudieran editar su libro. Tal fue así que en el 1991
se consiguió editar unas frases o notas importantes que cubrían el espacio de
un folio y, con el fin de no romperse y se pudieran pasar de persona en persona,
se editaron en un pequeño plastificado. La publicación de 1000 ejemplares fue
vendida al mismo tiempo en todas las ciudades importantes del país, habiendo
sido comprada por dos agentes del gobierno que a continuación las quemaron para
que su mensaje no llegara al pueblo. No
obstante, el poder dejó un pequeño espacio para la literatura permitiendo el
paso de gente como Tolstoy o Dstoieski. Lo cual podía interpretarse como el
dejar una ventanita abierta para que entrara el aire de las libertades
democráticas.
Y para eso hacía falta buenos
conductores literarios y sociales que, con una cómoda posición en la sociedad,
marcharan, como si en bicicleta anduvieran, con el tronco ligeramente
adelantado hacia el manillar y los brazos un poco flexionados, sabiendo saltar
y hasta eliminar los obstáculos que se les pusieran en el camino.
Tarea más difícil aun
cuando el Partido Comunista inició toda una reglamentación oficial dela literatura.
Los escritores verdaderos cayeron en el pozo y apareció una cantidad inmensa de
literatura industrial, a modo de producción masiva, productora de consignas. Es
verdad que por presiones internacionales tuvieron necesidad de una cierta
tolerancia en cuanto a los escritores más famosos como Nicoli Ostroki y otros. Tuvo
que llegar la muerte de Stalin para que Anna pudiera volver a publicar.
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