Los que te han visto saben
que te ocultas. Y por eso, prisionera en tu casa, el único espejo donde mirarte
es la oscuridad.
Que, aún con toda tu belleza
y los zarcillos que te adornan, con esas piernas ágiles que parecen lirios del
campo y que no quieren regresar, siempre va haber una mujer gacela que te
alcanzará y a las tareas de casa volverás.
Desde mi ventana
abierta las estoy viendo. Especialmente a ella de corta edad y fresca piel. Fue
entonces cuando me dirigí al fantasma de mis sueños y le pregunté: ¿A quién
conoces cuyo amor me invade? Y, soplando fuerte con el viento a su favor, el
viento, a pesar de su ir en contra, a su lado acudió en plena medianoche, donde
llegué a tener miedo de que me arrebataran de ti el alma y el aliento.
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