Fueron grandes amigos en sus tiempos jóvenes, preocupados por los demás, especialmente niños y adolescentes, en muchas ocasiones se olvidaron sí mismos. De tarde en tarde, y cuando ya el vaso estaba casi lleno y a punto de reventar, compartían lo que les preocupaba y buscaban la salida para no perder el camino. Él tenía 26 años, serio y alegre a un tiempo, amigo de cruzar las fronteras buscando una solución, más allá de lo de “siempre se ha hecho así”. Ella era más joven, sonriente, de sana alegría, infatigable y constante, coordinaba muy bien sus tareas en casa, con los estudios y su dedicación como educadora con chicos del barrio, sabía, sin darse cuenta, contagiar sus actitudes positivas hacia los demás. Se contaban el uno al otro sus dudas y preocupaciones. Tan compenetrados que no hubo entre ellos referencia sexual alguna; en este terreno cada uno siguió el camino que la vida les marcó.
La vida poco a poco les fue separando. El trabajo de cada uno, el tiempo de cada cual, vivir en islas diferentes, etc. De todas formas, siempre que por alguna razón hayan pasado mucho tiempo para ellos no solo es de una gran y emocionante alegría, sino que les parece haberse visto ayer.
Ella, en estos días, le ha escrito interesándose cómo va, qué hace, si sigue o no escribiendo y al final le ha transcrito unas palabras de Elizabett Kubler Ros que dicen así: ”Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la pérdida y han encontrado su forma de salir de las profundidades. Estas personas tienen una apreciación, una sensibilidad y una comprensión de la vida que los llena de compasión, humildad y una inquietud amorosa. La gente bella no surge de la nada”.
Él le ha contestado con otra que dice: Entre las más bellas que yo me he encontrado destacan aquellas que en todo momento contagian al otro de su buen sentir y hacer y envolviéndolo en una sonrisa, no son conscientes de que siembran y recogen fruto. Al cabo de los tiempos cuando repasas tu historia te preguntas cómo has logrado serenidad, o sentido de la amistad y vienen a mi mente algunas personas (no son una masa ni centenares). Digamos una treintena de nombres que fluyen a tu mente, algunos ya los he borrado, y uno de los que permanecen se llama M. M. ¿No la conoces? ¿Tienes a mano un espejo? Sácalo por favor.
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¿Qué ves en el espejo? Sí, sí, sonríe. Te presento a M.M.
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