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martes, 24 de noviembre de 2020

Los malos modos

Me enseñaron de pequeño que, llegado el momento, tan importante es en la vida saber ganar como saber perder; que es en esas circunstancias de la vida cuando se revela la verdadera naturaleza de la gente. Y pensaba yo, ingenuamente, que los que nacen en cuna caliente y se educan en buenos colegios tienen parte de camino hecho para cuando llegue mal dadas. Pero hete aquí que no. Y la cosa no quedaría más que en una cuita personal de no ser que el protagonista no es si no el presidente de la ¿primera? Potencia mundial, el señorito Donald Trump.


Ahora sabemos -por si no lo tuviéramos claro ya- que aquel eslogan que tan famoso se hizo, “America first”, no era en realidad sino un “Me & I first” (traducido al castellano vulgar: “Primero yo, luego yo y siempre yo”), un canto al egocentrismo de quien se piensa tocado por el dedo de los dioses.


Y todo eso en la que se supone la Democracia más fuerte del planeta, un ejemplo para todos los países. Ahora su presidente, cual tortuga bocarriba, patalea y patalea, mientras inventa conjuras increíbles para justificar su reticencia a reconocer la derrota en las urnas. Mal ejemplo. Él, que presume de perseguir las dictaduras populistas allá donde las haya, demuestra que los rasgos autoritarios no son solo propios de políticos de países tercermundistas.


¡Quién sabe! A  lo mejor no es más que las consecuencias de una infancia de niño rico y millonario consentido, que estuvo en el sitio adecuado en el momento oportuno, pero que nunca aprendió que la educación -la verdadera educación- no se compra con dinero.


Donald Trump


sábado, 25 de noviembre de 2017

Una nuez y Donal Trump

Nos habíamos acostumbrado y lo pasábamos en grande cada vez que íbamos a aquella piscina con mi nieto. Alguien, de vez en cuando, dispersaba por el agua nueces y huevos kínder que los niños compartían después de ver quien encontraba más. Y luego venía la fiesta. Al ganador se deba un folio con letra pintadas en rojo y en la concha de muñequitos famosos y otras imágenes se entrelazaban.

Ayer cuando pasamos por aquel barrio donde está la piscina nos acordamos y fuimos a verla. Era la hora piscina del cursillo de verano y hacían juegos acuíferos. Y llegó el turno de pescar huevos y nueces. Y ¡oh sorpresa¡, ¡qué diablos de muñecos y rostros, un tanto grillosos, eran aquellos! ¡de muchas nueces salían muñecos con la cara de Donald Trump! No venía con su corbata clásica sino con un chaquetón de cuero con cinturón ancho color marrón.

Y ¿qué fiesta íbamos a hacer allí con la sola cara de este fantoche? Ni a los niños ni a los mayores les hacía gracia la pinta de aquel individuo. Dicen algunos que ha matado la globalización. Más bien, la ha reconvertido. La globalización soy yo, es lo que predice. Por eso a los periodistas les llama meteretes. A los jueces les dice que no saben hacer bien las cosas y que aprendan de él y sigan sus pasos y a los políticos les obliga a votar en una dirección. Por supuesto sus hijos no pueden mezclarse con el resto de los mortales y les pone profesores a su medida.

Sus primeras decisiones auguraron al mundo lo peor: la construcción de un muro de 3.000 kilómetros en la frontera con Méjico, nuevos muros para dividir y separar a los ricos de los pobres, a los buenos de los malos; la construcción de dos oleoductos de 4.000 kilómetros con acero exclusivamente americano, para conducir el petróleo extraído por fracking, ¡y qué más da que tenga que atravesar el territorio tradicional de los sioux!

Los niños dejan el juego y se amazacotan para subir los primeros y salir de la piscina. Tiran las nueces al agua. Se pelean por subir primero las escaleras. De repente todo comienza a ponerse oscuro. Los niños miran detrás de las ventanas. Los padres les reguardan. Algunos lloran. Casi todos tiritamos. Y en ese momento las fotos de Trump parecen ponerse de pie flotando en el agua, entra una banda orquestal de barrio, portando, en su música y voces, canciones que ahuyentan los malos espíritus. Nadie vio desparecer a Trump. Todos vimos una oscuridad cierta que se apoderó del salón cuando llegaron los salvavidas de los bandoleros. Al día siguiente nos enteramos por el periódico que el muchacho en cuestión había llegado a Helsinki tres horas después del evento en nuestra piscina.



sábado, 15 de julio de 2017

Boda a la vista


La quisieron hacer desaparecer y al final no hubo más remedio que matarla. Matar es malo, pero lo peor -tuvieron la cara de pensarlo- es que nos descubran matando.

Tan inteligentes como eran… y todos nos hemos dado cuenta que ya casi solo les falta poner la hora del entierro. Y lo han hecho como buena pareja: el Brexit y el Trump. Así dicho suena a matrimonio gay. Y que suene así, porque ya es un orgullo que ellos no se hayan podido reprimir y expresar sus sentimientos desglobalizadores y afronterizos.

Brexit estuvo más decidido desde el principio, y Trump hay días que parece enrabietarse consigo mismo, aunque cada día no dejan de mostrar algún que otro movimiento de caderas excitante. “Estaremos los dos solitos,” parecen cantar. Ni comercio, ni emigración ni inversión internacional nos quitarán el sueño y las horas de relax.

El capital y el trabajo se quedarán en casa, y así tendremos menos tarea y más tiempo para el placer. Igual se escapan de nuestras garras un 1,75 pero ya la crisis nos acostumbró a acostarnos con ese problemilla que nunca impidió que dejáramos la pasión a un lado.

Sí, todavía otros intentarán seguir viviendo como nosotros pues conservan restos del paraguas globalizador que alguna vez les libra de la tormenta de agua.

Cuenta Brexit que cuando su primer novio, Lehman Brothers 2008, se marchó de la casa con lo puesto, ese, para su desgracia, fue el primer paso que nos llevó a lo que andábamos buscando. Hoy ya las cosas comienzan a estar diferentes y nosotros podemos seguir guardando en nuestra caja fuerte a base del estancamiento secular que provocamos en los demás. Algunos dicen que la pobreza ha empobrecido y la riqueza ha enriquecido. Digan lo que digan nosotros dos nos encontramos bien y no tenemos por qué preocuparnos. La historia se ocupará en hablar seguro de nosotros.



viernes, 2 de junio de 2017

Un paso atrás

Todo parece indicar que, a mitad de semana, el ínclito Donald Trump sacará a su país del Tratado de París sobre el cambio climático. El pretexto es eliminar las trabas que se derivan del acuerdo en lo referente a la creación de empleos en Estados Unidos.

Negar la evidencia del cambio climático, tal y como hace la administración republicana, es una postura tan retrógrada como la de aquellos que mantenían que la Tierra era plana y el Universo giraba a su alrededor. De nada sirven las evidencias. No hace mucho, la jerarquía católica se oponía a la investigación en células madre, preocupada –decían- por las posibles aberraciones que devendrían de tales adelantos científicos. Hoy nadie se acuerda de aquella polémica. Era una de esas falsas argumentaciones, como lo son las que mantienen estos negacionistas de la desertización y del aumento de las temperaturas en el planeta.

Ni siquiera su argumento de creación de empleo en Estados Unidos se mantiene. Lo que se gana por un lado se perderá por otro. Esos nuevos empleos creados en la industria de las energías fósiles ni siquiera compensarán los que se dejen de crear en el sector de las energías limpias. Pero con una diferencia a peor: los efectos perjudiciales de detener el cambio de modelo energético serán irreversibles.

Y detrás de este populismo “trumposo” están los intereses de siempre. Se argumentan “empleos” cuando debería hablarse de “beneficios”, los enormes beneficios de “los de siempre”. Se esgrime el capote de apoyo a la clase trabajadora americana, cuando lo que realmente importa son los balances de la industria petrolera, ansiosa por meter mano a los yacimientos de Alaska. La Demagogia cotiza en bolsa (…y al alza). ¡Hay que ver lo difícil que es dar un paso adelante y lo fácil que resulta dar dos zancadas hacia atrás!

Y ya que de energías va el comentario de hoy, solo cabe concluir con un triste “apaga y vámonos”.


martes, 2 de mayo de 2017

El futuro


En pequeños grupos se habían extendido por todas partes. De tres pasaron a treinta y pronto se vieron en trescientos mil. A ese ritmo darían la vuelta al mundo. Y así ocurrió. La Tierra se convirtió en un ovillo de fiestas y celebraciones, de belleza y de fuerza. La unión de unos con otros lo había hecho posible. Vamos a sumar, se dijeron. No reventemos el sueño de nadie. Así, con el tiempo, lograron que Trump bajara de la picota de la fama de los vientos y pedruscos a las entrañas de la preocupación por los problemas de la gente o, al menos, no hacerlos más grandes.