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jueves, 30 de abril de 2020

La nueva normalidad

La actual pandemia ha hecho mella ya en nuestra sociedad con millones de afectados por despidos, ERTEs, negocios cerrados, debido al descenso de la actividad económica.

Es solo el principio. Los efectos, directos e indirectos empiezan a aflorar. Sufren y sufrirán las trabajadoras del hogar, los autónomos endeudados, las familias monomarentales, los niños que comían, gracias a becas comedor o a la merienda que hacían en el centro abierto.

Y si dirigimos nuestra atención a otras partes del mundo la situación no va a ser mejor. Fijemos nuestra atención a las favelas o las grandes ciudades africanas, allá donde el jabón y el agua son un lujo y la distancia social un imposible, el escenario todavía es más terrible.

No, no van a ir bien las cosas. La vida nunca ha sido buena para todos, es cierto Ni siquiera en los mejores momentos. Y todo ello no es incompatible con decir que la vida es un don. Cada día puede ser una maravilla, incluso recluidos en casa, pero no hay ninguna necesidad de negar el horror. La aventura de asumir el sinsentido -la injusticia y la desgracia- y aun así, seguir adelante, es mucho más interesante que el pensamiento mágico del “Todo irá bien”.

Nadie que esté en la parte baja de la pirámide social y que no pertenezca al grupo de los enriquecidos nos dirá que todo irá bien”, porque conoce demasiado bien la precariedad de la existencia humana. Pero también sabe que la semilla tiene que caer al suelo fértil para dar fruto, y que lo que tiene que venir después es una maravilla. Esperanza a pesar de todo.

No todo irá bien, pero podemos encontrarle un sentido al confinamiento. Valorar aquello que teníamos y ya no; agradecer lo que sí conservamos; sentirnos parte de un todo solidario que ayuda allanar la curva. Hay que aprender a vivir de otro modo, descubrir que hay vida más allá de la obsesión por la productividad.


viernes, 24 de enero de 2020

Juan José Millás, sobre la crisis (Resumen)


Ya podemos respirar aliviados. Ya podemos tocar la zambomba y el almirez.  La crisis se ha ido a dormir. Lo que no decían es si era una siesta o un sueño ab eternis. Habían corrido ríos de tinta con nuestros dolores, pusieron todos los medios para que, aunque aparecieran signos de debilidad, no nos dejaremos llevar por la noticia de alguna estridente. Y por fin tocaron los tambores.  Era oficial: la crisis ha terminado.

Y nos echaron en cara nuestra desconfianza, dieron por buenas  las políticas de ajuste y volvieron  a dar cuerda al carrusel de la economía. Eso sí, de la crisis ecológica, de la desigualdad existente, de la imposibilidad de estar siempre en crecimiento permanente no se hablaba ni se analizaba públicamente .

De la amenaza que estas cuestiones traían sobre la humanidad, mejor no tocarlas. Permanece intacta pero no se publica sobre dicha amenaza, nunca ha sido difundida, su origen es difícil de descifrar, pero cuyos objetivos han sido claros y contundentes: hacernos retroceder treinta años en derechos y en salarios.

Un buen día del año dos mil 2000 y tantos -no se sabe-, cuando los salarios se hayan abaratado hasta límites tercermundistas, cuando el trabajo sea tan barato que deje de ser el factor determinante del producto, cuando hayan arrodillado a todas las profesiones para que sus haberes quepan en una nómina escuálida, cuando hayan amaestrado a la juventud en el arte de trabajar casi gratis, cuando dispongan de una reserva de millones de personas paradas dispuestas a ser polivalentes, desplazables y amoldables, con tal de huir del infierno de la desesperación -como analiza  Juan José Millas-, entonces la crisis habrá terminado.

Un buen día del año, no se sabe, cuando los alumnos se hacinen en las aulas y se haya conseguido expulsar del sistema educativo a un 30% de los estudiantes sin dejar rastro visible de la hazaña, cuando la salud se compre y no se ofrezca, cuando nuestro estado de salud se parezca al de nuestra cuenta bancaria, cuando nos cobren por cada servicio, por cada derecho, por cada prestación, cuando las pensiones sean tardías y rácanas, cuando nos convenzan de que necesitamos seguros privados para garantizar nuestras vidas, entonces y solo entonces… se nos dirá habrá acabado la crisis.

Un buen día del año 2000 y pico, cuando  todos —excepto la cúpula puesta cuidadosamente a salvo en cada sector— pisemos los charcos de la escasez o sintamos el aliento del miedo en nuestra espalda, nos dirán que el final ha llegado cuando nos hayamos cansado de confrontarnos unos con otros y se hayan roto todo.



Nunca en tan poco tiempo se habrá conseguido tanto. En cinco años han reducido a cenizas derechos que tardaron siglos en conquistarse y extenderse.  Lo que  conseguimos socialmente tras la guerra se ha convertido en devastación brutal del paisaje social.

De momento han dado marcha atrás al reloj de la historia y le han ganado treinta años de tiempo para proteger a sus intereses. Ahora quedan los últimos retoques al nuevo marco social: un poco más de privatizaciones por aquí, un poco menos de gasto público por allá y voilà: su obra estará concluida.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Nubarrones


Dicen que cuando hemos llegado al límite de nuestras fuerzas tanto físicas como mentales hay una luz que nos ilumina. “Dicen” porque nadie lo asegura a ciencia cierta. Solo cabe la esperanza de que así sea.

Pocas esperanzas parecen existir en el ambiente de cara a la posibilidad de ver horizontes nuevos, de cara a la realización del derecho de toda persona a vivir con un trabajo que le permita llegar a su casa con un pan bajo el brazo. Es una de las consecuencias más importantes de cada crisis: la desesperanza. De todas las crisis, las pasadas y las futuras.


"A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiadas ruinas, desierto y basura. Dado que el estilo de vida actual es insostenible solo puede terminar en una catástrofe".
 Papa Francisco





domingo, 21 de julio de 2019

El día que no llega


No hace falta haber estudiado. Ni siquiera Derecho. Venezuela tiene unos abogados particulares que son los ángeles chavistas. Y estos ya están más que pagados y amortizados.

Sé prohíbe la entrada de ayuda alimentaria. Aumenta vertiginosamente el número de hombres y mujeres que protagonizan día tras día la ruta al exilio.

Y poquitos y contados con los dedos de una mano, los países que estén a su favor de mantener un régimen cuestionado. Un régimen podido, que no merece el apoyo de países serios, democráticamente hablando.

Uno de pregunta una y mil veces repetida es cómo es posible que los organismos internacionales no hayan sido capaces de parar esta desgracia.

Ya ni siquiera es tiempo para mediaciones. Hay que cambiar de raíz. Y espero sea pronto. Seguro que Maduro y los que le sostienen en el poder ya tendrán en su bolsillo el cheque de salida de Cuba y entrada en otro país así como para el pan nuestro de cada día y para algo más que para pan.