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miércoles, 29 de mayo de 2019

Y tú… ¿de qué marca es tu móvil?

Que los tiempos cambian -y cada vez más rápidamente- ya es cosa sabida. Las grandes potencias que en el mundo son ya no hacen sus guerras entre sí en un campo de batalla, ejército contra ejército, tanques, aviones, acorazados o ciudades reducidas a ruinas. Ya no, eso queda para los países pequeños -Libia o Siria, por ejemplo-.

Los grandes no. Los grandes libran sus guerras en despachos con moqueta, manejando los hilos de la economía, subiendo y bajando aranceles, imponiendo trabas a la importación de productos de industrias estratégicas. Y cuando en otros tiempos era imprescindible ocupar un territorio con tropas para esquilmar sus recursos, hoy es el control de patentes, derechos de propiedad intelectual, copywrites y marcas.

Antes eran el oro, las especial, el caucho, los diamantes, el agua. Hoy el control de la energías renovables, las comunicaciones, la tecnología 5G. Cambian las formas -e incluso los enemigos-, pero el trasfondo permanece idéntico: poder y/o dinero.

Antes eran los tramperos y los exploradores los que abrían la senda de la conquista, después llegaban los ejércitos (las legiones romanas, los tercios españoles, la armada británica…), después los comerciantes (las compañías de las indias); hoy ese papel lo desempeñan los departamento de investigación de las grandes corporaciones.

Y si antes fueron los protagonistas el imperio español, el británico, el francés, el chino, el japonés o el ruso, hoy son Estados Unidos y China los que defienden sus intereses, mejor dicho, los intereses de sus grandes multinacionales -Apple, Huawei, Samsung, Microsoft, Google…-

¿Afectados?: Todos. Nos vendieron que la globalización era la panacea para nuestros males; que al estar todas las economías relacionadas y dependientes unas de otras, nadie se atrevería a romper la baraja. Pero, ahora, si alguien osa ahora retirar una carta del castillo de naipes toda la estructura se pone a temblar.

Y en el horizonte una nueva recesión. No salimos de una y ya se avecinan las nubes negras de la siguiente.



miércoles, 25 de octubre de 2017

El Centro Comercial

Ambos salieron al centro comercial cercano a su casa. A ella le resultaba grato ir de departamento en departamento viendo lo nuevo que había llegado.  Y no compraba nada sin haberse probado la misma talla de diferentes marcas. A él, sin embargo, estas cosas le resultaban cansinas. Prefería sentarse en la cafetería y, mientras tomaba algo, leía, escribía o simplemente observaba y esperaba, sin prisas, que ella hiciera sus compras y diera sus paseos entre estantes y estantes.

Con un café largo en su mano y la vista perdida se dedicó a observar a la gente que entraba y salía del centro. Unos se paraban ante aquello que les llama la atención.  Otros van directos a la sección que buscan y compran aquello para lo que venían. Otros, los más, curiosean entre los diferentes departamentos, cogen la pieza en sus manos, se la prueban, la vuelven a poner en su lugar. Una pareja pasa casi junto a su mesa, se les veía venir con cara de desacuerdo. Y, a su paso, escucha como ella le dice: “Maldita sea la hora que te conocí”. Detrás de ellos unos niños corretean bajo la más o menos atenta mirada de sus padres.

Casi todos los que compran algo tienen en común que se llevan alguna otra cosa que ni se les había pasado por la mente comprar. La pareja que está a su lado en la cafetería se levanta y salen hacia el centro comercial, les sigue una camarera que les recuerda no han abonado la cuenta, a lo cual se disculpan y le dejan una propina que la chica no acepta pues es norma en el establecimiento. A otros los ves salir por la puerta principal generalmente con una o más bolsas con lo que han comprado. Quiso contar cuantos son, pero no puedes, al mismo tiempo entran muchísimos más. Casi todos directos a la sesión de comidas. Entre ellos un señor alto, con paso fuerte y firme, traje negro, camisa gris y alzacuellos; mucha gente les saluda y el, sin pararse, les sonríe, levanta su mano y entra en la sección de alimentación; llama la atención de casi todos, “es una cara conocida” dice en voz alta. “Es el obispo”, responde una señora.


Se queda un minuto recopilando lo visto, el café ya está frío y en eso que llega su pareja con la bolsa de la compra hecha y le dice: “Vamos”.