Mostrando entradas con la etiqueta crimen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta crimen. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de junio de 2019

Un ejemplo de la vinculación del colonialismo y la iglesia católica


Discurso XX de del rey Leopoldo II en la llegada de los primeros misioneros al Congo, actual República Democrática del Congo (RDC). Leopoldville, 12 de enero de 1883.

"Reverendos y queridos compatriotas; la tarea que se nos ha confiado cumplir es muy delicada y demanda mucho tacto. Estáis aquí para evangelizar pero os debéis inspirar para ello ante todo en los intereses de Bélgica.

El fin principal de nuestra misión en el Congo no es enseñar a los negros a conocer a Dios, pues ya lo hacen: ellos hablan y se someten a Mungu, Nzambe, Nzamkoba, y que sé yo. Saben que matar, acostarse con la mujer de otro, calumniar y agredir es malo, incorrecto. Tengamos el coraje de decirlo, no vais a enseñarle algo que ya conocen.

Vuestro fin principal es facilitar las tareas a los administradores y los empresarios. Para ellos debéis interpretar el evangelio de la forma que más beneficie nuestros intereses en esta parte del mundo.

Para hacerlo deberéis, entre otras cosas, fomentar el desinterés entre los salvajes por las riquezas ocultándolas bajo el suelo si es necesario; así evitamos la tentación de convertirse en asesino por ellas y que sueñen desalojarnos para obtenerlas.

Vuestro conocimiento del evangelio os permitirá encontrar fácilmente textos para que los fieles amen la pobreza. Como por ejemplo: “Dichosos los pobres, pues el reino de los cielos es para ellos” o “Es tan difícil que los ricos entren al reino del cielo como que un caballo pase por el ojo de una aguja”.

Debéis eliminar y hacerles despreciar todo aquello que pueda llevarlos a enfrentarse a nosotros. Haced que tengan miedo a enriquecerse, pues no irían al cielo.

Hago también alusión aquí a sus fetiches de guerra que no pretenden abandonar, pero que debéis poneros manos a la obra para que desaparezcan.

Vuestra acción debe centrarse sobretodo en los jóvenes para que ellos no se rebelen y se opongan a sus padres si éstos deciden hacerlo. Los niños deben aprender a obedecer aquello que ordena el misionero, que es el padre de su alma.

Insistid particularmente en la sumisión y la obediencia; evitad desarrollar el espíritu en las escuelas; enseñad a escribir, a creer, no a razonar.

Estos son, queridos compatriotas, los principios que aplicareis.
Encontrareis otros muchos en los libros que os serán dados al final de la conferencia.

Evangelizad a los negros para que ellos permanezcan siempre sumisos a los colonizadores blancos, para que no se rebelen jamás contra las obligaciones que les harán sufrir. Hacedles recitar cada vez: “Dichosos los pobres que lloran, pues el Reino de los cielos es para ellos”.

Los empresarios y los administradores se verán obligados de vez en cuando a recurrir a la violencia, a insultar, golpear, para hacerse respetar. No deberá permitirse que recurran a la violencia, a la venganza. Para ello, les enseñareis e incitareis, por todos los medios, a seguir el ejemplo de todos los santos que han puesto la otra mejilla, que han perdonado las ofensas, que han recibido salivazos sin estremecerse ni responder a la agresión.

Mantened a sus mujeres nueve meses en la misión para que trabajen gratuitamente nueve meses para vosotros. Convencedles de que deben ofreceros cabras, pollos y huevos cada vez que visitéis sus aldeas.

Hacedles pagar cada semana unas tasas en la misa del domingo. Desviad este dinero, supuestamente para los pobres, para abrir tiendas importantes donde estéis: para misiones, feligreses, fiscales, etc.

Transformad vuestras misiones en grandes centros comerciales; ayudad ligeramente a los pobres para animar a los otros a pagar regularmente.

Pedidles que mueran de hambre si es necesario, y vosotros comed cinco veces al día o más con el fin de que vuestros vientres estén siempre llenos de buenas cosas y de que de vuestras bocas emanen olor a cebolla.

Estableced un sistema de confesión que os haga buenos detectores de todo negro que tome conciencia o quiera reivindicar la independencia.

Enseñadles una doctrina que vosotros mismos no cumplís en la práctica; puede ser que os digan que por qué os comportáis en contra de lo que predicáis; respondedles que sigan lo que decís no lo que hacéis. Si ellos replican que una fe sin actos es una fe muerta, responded: “Dichosos aquellos que creen sin haber visto; ellos serán hijos de Dios”.

Decidles que las estatuas que guardan son obra de Satán. Confiscadlas para completar nuestros museos de Ternere y el Vaticano. Hacedles olvidar a sus ancestros para recuerden y adoren los nuestros; Santa María, San Andrés, San Juan, Santa Teresa, etc.

No ofreced jamás una silla a un negro que venga a veros. Dadle siempre un cigarro. No cenéis juntos sino matan un pollo cada vez que los visitáis en casa. Considerad a los negros como unos niños que se engañaban a sí mismos cuando eran independientes. Exigid que os llamen siempre “Mi padre”.

Blasfemad y acusadlos de comunismo y de persecución religiosa si ellos os demandan que ceséis de engañarlos y explotarlos".

Leopoldville, 12 de enero de 1883.

Leopoldo II (Rey de Bélgica)



lunes, 29 de abril de 2019

El secreto


En casa nunca hablábamos de él. Y menos en presencia de mi madre. Es como si en un momento determinado, en la historia de la familia hubiera habido un antes y un después, y en medio, un periodo de tiempo indefinido, en el que la niebla del olvido hubiera caído sobre todo y sobre todos.

Cualquier intento de conocer algún detalle más por parte de alguno de nosotros -y juro por mi alma que no era por morbo, sino por lógica curiosidad- chocaba contra un muro de evasivas, de ambigüedades- que acababan desanimando al más pintado. Se notaba que tras de aquella actitud se acumulaba un dolor desgarrador, tan antiguo como las pocas fotos que de aquellos años había conservado la familia. En todas las imágenes conservadas se había usado mismo proceder . Alguien había arrancado su rostro, con la misma saña con la que los sacerdotes egipcios machacaban las figuras de los faraones caídos en desgracia y a quien querían condenar al olvido, dejando que la diosa Ammyt devorara su alma.

No se pueden pedir imposibles y ahora lo comprendo, pero hubiera preferido conocer los detalles de otro modo. Es duro asumir que aquel hombre, cuyo rostro nunca conoceré pudo llegar a actuar de aquel modo. Nadie sabe las razones. Mejor dicho, nadie las intuye siquiera. Nadie sabe por qué una mañana de martes aquel joven -hermano gemelo de mi madre, inteligente y cabal hasta el momento- se levantó, desayunó en silencio y se dirigió hasta donde mi abuelo -su marido- guardaba su vieja escopeta de caza, la cargó con dos cartuchos, se dirigió hasta la estancia en la que su madre tejía una rebeca para él o su hermana -mi madre- y, con la más absoluta calma le disparó a bocajarro, para acto seguido hacer lo propio consigo mismo.

Comprendo el silencio ahora que yo también soy partícipe del secreto. ¿Cómo admitir que en el seno de tu familia convivías con el asesino de tu propia madre?




miércoles, 11 de julio de 2018

Novela negra


-    ¡No toque eso! –le recriminó el inspector al joven policía que a punto estuvo de dejar sus huellas en el portarretrato que estaba en la mesita de cristal, a cuyos pies había aparecido el cuerpo de Madame Dubois.
-     Perdón, no quise… -balbuceó el agente, visiblemente nervioso.
  Ya lo sé, pero en un caso como éste cualquier detalle es vital –insistió el inspector, ahora en un tono más cordial-. Cierto que es toda una tentación querer volver a recrearse en las hermosas facciones de madame, sobre todo ahora que ya nunca podremos volver a ver esa luz azul de sus ojos.
 ¿Usted la conocía, verdad? –dejando entrever cierto tono de envidia en su pregunta.

Un perturbador silencio se instaló en la sala de te. Los otros dos agentes que tomaban huellas en el aparente escenario del crimen se miraron cómplices entre sí, pero ninguno hizo ademán de abrir la boca. Fue el propio inspector quien acabó con la incómoda situación:

- Sí, Madame Dubois y yo nos conocíamos muy bien. Fue mi primera esposa, aunque de esto hace ya muchos años. Por eso sé que ella siempre añadía leche a su té de media tarde; por eso mismo sé que murió envenenada. Por eso mismo sé que ese vaso de leche, que huele a almendras amargas, es la prueba que nos ayudará a llegar hasta su asesino: la persona que colocó ahí el cianuro que acabó con su vida.

Este podría ser el principio de una novela clásica de crímenes y misterios. Un juego: ¿Alguien se anima a continuarla?