Discurso XX de del rey
Leopoldo II en la llegada de los primeros misioneros al Congo, actual República
Democrática del Congo (RDC). Leopoldville, 12 de enero de 1883.
"Reverendos y queridos
compatriotas; la tarea que se nos ha confiado cumplir es muy delicada y demanda
mucho tacto. Estáis aquí para evangelizar pero os debéis inspirar para ello
ante todo en los intereses de Bélgica.
El fin principal de nuestra
misión en el Congo no es enseñar a los negros a conocer a Dios, pues ya lo
hacen: ellos hablan y se someten a Mungu, Nzambe, Nzamkoba, y que sé yo. Saben
que matar, acostarse con la mujer de otro, calumniar y agredir es malo, incorrecto.
Tengamos el coraje de decirlo, no vais a enseñarle algo que ya conocen.
Vuestro fin principal es
facilitar las tareas a los administradores y los empresarios. Para ellos debéis
interpretar el evangelio de la forma que más beneficie nuestros intereses en
esta parte del mundo.
Para hacerlo deberéis, entre
otras cosas, fomentar el desinterés entre los salvajes por las riquezas
ocultándolas bajo el suelo si es necesario; así evitamos la tentación de
convertirse en asesino por ellas y que sueñen desalojarnos para obtenerlas.
Vuestro conocimiento del
evangelio os permitirá encontrar fácilmente textos para que los fieles amen la
pobreza. Como por ejemplo: “Dichosos los pobres, pues el reino de los cielos es
para ellos” o “Es tan difícil que los ricos entren al reino del cielo como que
un caballo pase por el ojo de una aguja”.
Debéis eliminar y hacerles
despreciar todo aquello que pueda llevarlos a enfrentarse a nosotros. Haced que
tengan miedo a enriquecerse, pues no irían al cielo.
Hago también alusión aquí a
sus fetiches de guerra que no pretenden abandonar, pero que debéis poneros
manos a la obra para que desaparezcan.
Vuestra acción debe centrarse
sobretodo en los jóvenes para que ellos no se rebelen y se opongan a sus padres
si éstos deciden hacerlo. Los niños deben aprender a obedecer aquello que
ordena el misionero, que es el padre de su alma.
Insistid particularmente en
la sumisión y la obediencia; evitad desarrollar el espíritu en las escuelas;
enseñad a escribir, a creer, no a razonar.
Estos son, queridos
compatriotas, los principios que aplicareis.
Encontrareis otros muchos en
los libros que os serán dados al final de la conferencia.
Evangelizad a los negros para
que ellos permanezcan siempre sumisos a los colonizadores blancos, para que no
se rebelen jamás contra las obligaciones que les harán sufrir. Hacedles recitar
cada vez: “Dichosos los pobres que lloran, pues el Reino de los cielos es para
ellos”.
Los empresarios y los
administradores se verán obligados de vez en cuando a recurrir a la violencia,
a insultar, golpear, para hacerse respetar. No deberá permitirse que recurran a
la violencia, a la venganza. Para ello, les enseñareis e incitareis, por todos
los medios, a seguir el ejemplo de todos los santos que han puesto la otra
mejilla, que han perdonado las ofensas, que han recibido salivazos sin
estremecerse ni responder a la agresión.
Mantened a sus mujeres nueve
meses en la misión para que trabajen gratuitamente nueve meses para vosotros.
Convencedles de que deben ofreceros cabras, pollos y huevos cada vez que
visitéis sus aldeas.
Hacedles pagar cada semana
unas tasas en la misa del domingo. Desviad este dinero, supuestamente para los
pobres, para abrir tiendas importantes donde estéis: para misiones, feligreses,
fiscales, etc.
Transformad vuestras misiones
en grandes centros comerciales; ayudad ligeramente a los pobres para animar a
los otros a pagar regularmente.
Pedidles que mueran de hambre
si es necesario, y vosotros comed cinco veces al día o más con el fin de que
vuestros vientres estén siempre llenos de buenas cosas y de que de vuestras
bocas emanen olor a cebolla.
Estableced un sistema de
confesión que os haga buenos detectores de todo negro que tome conciencia o
quiera reivindicar la independencia.
Enseñadles una doctrina que
vosotros mismos no cumplís en la práctica; puede ser que os digan que por qué
os comportáis en contra de lo que predicáis; respondedles que sigan lo que
decís no lo que hacéis. Si ellos replican que una fe sin actos es una fe
muerta, responded: “Dichosos aquellos que creen sin haber visto; ellos serán
hijos de Dios”.
Decidles que las estatuas que
guardan son obra de Satán. Confiscadlas para completar nuestros museos de
Ternere y el Vaticano. Hacedles olvidar a sus ancestros para recuerden y adoren
los nuestros; Santa María, San Andrés, San Juan, Santa Teresa, etc.
No ofreced jamás una silla a
un negro que venga a veros. Dadle siempre un cigarro. No cenéis juntos sino
matan un pollo cada vez que los visitáis en casa. Considerad a los negros como unos
niños que se engañaban a sí mismos cuando eran independientes. Exigid que os
llamen siempre “Mi padre”.
Blasfemad y acusadlos de
comunismo y de persecución religiosa si ellos os demandan que ceséis de
engañarlos y explotarlos".
Leopoldville, 12 de enero de
1883.
Leopoldo II (Rey de Bélgica)
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