Ya
no hay escondites ni demoras de ningún tipo. Es algo sabido y repetido. Decir
que vivimos en un mundo globalizado ya no coge de sorpresa a nadie. Pero en ese
mar último, bastante revuelto, siguen habiendo costas llenas de escarpadas
acantilados y aguas con dificultades para navegar. Los ricos no pueden esconder
su bienestar y por otro lado, aun acostumbrados a las diferencias entre
nosotros, sigue habiendo pocos que tienen mucho y muchos que tienen poco.
Pero
algo bueno hay: la tendencia cada vez mayor para respetar las formas y maneras
de pensar y de opinar de unos con otros. Al menos en teoría, porque, en la
práctica, en este terreno se deja mucho que desear. ¿Qué pedimos los ciudadanos
a los que nos gobiernan? ¿Qué pedimos a aquellas instituciones de cualquier
signo que sean sociales culturales y religiosas esotérica?
Que
hablen un lenguaje sencillo que todos entendamos y así por lo menos podamos
dialogar.
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