Estamos en el centro de los
mares. Aquí llegan las olas y de aquí parten también a otros lugares. Si
alguien puede hablar de mestizaje, de mezcla de culturas y de costumbres. Sí
alguien no debe tener los ojos cerrados a lo que viene de fuera, y tener capacidad
para aprender y estar siempre dispuesto a recibir como también a dar con
generosidad esos somos los canarios. Que a nadie le quepa duda. El mismo mar
que limpia gran parte de Europa, el mismo que cubre las orillas de las
Américas, el mismo que pelea contra la basura que llega de fuera al continente africano. Ese mismo mar es el
Atlántico y ningún resquicio de nuestras islas se escapa a su acción diaria,
continua y permanente. Un Atlántico que nunca nos ha aislado de los otros mares
y tierras si no que, poco a poco, nos ha unido en un mismo saber.
No somos nosotros los
iniciadores de este estilo y talante evolutivo.
Siglos atrás, nuestros aborígenes
al tener la cerámica a su alcance desarrollaron, de forma geométrica, un nuevo
arte con el cual no tardaron mucho
tiempo en demostrar su especial sensibilidad artística.
Eso es así hoy. Y así fue
ayer también cuando los colonizadores llegaron a nuestra tierra y pasaron por
el rasero a hombres y mujeres nacidos en siglos anteriores en nuestras cuevas y
barrancos, y donde habitaban otros muchos procedentes del norte de África,
cuya cultura en el campo ceramista había avanzado.
Por otra parte el
reconocimiento expresivo de la belleza de la mujer así como su aportación
erótica y efectiva a la cultura indígena
se pone de manifiesto con el poema a la diosa de la belleza. Y así, la
mujer de la selva y la mujer indígena empezaron a convertirse en
el eje de la cultura de cada pueblo. Es decir, el primer eslabón de la cadena,
de tal manera que cuando la gran cigarra saluda al día, con su vigoroso canto,
la mujer de la selva , fuerte y bella, hecha de frutas y flores, y con voz de
panal de miel abraza su sistema, dejando su huella en el universo.
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