La selección española de fútbol
ha conseguido su primera victoria en el Mundial Femenino que se está celebrando
estos días en Francia. Y remontando, porque comenzaron perdiendo el encuentro.
Eso ocurrió el pasado sábado
y a estas alturas, el resultado es ya conocido, al menos, por todos los
aficionados a este deporte. “Por todos” y eso es lo importante. Porque hasta
hace muy poco tiempo, un partido de fútbol femenino pasaba desapercibido
incluso para la prensa especializada. Tenía mucha más repercusión cualquier
partido de segunda. Y no hablemos de la asistencia a los encuentros. Hoy la
cosa está cambiando radicalmente. En nuestra propia liga ha habido partido con
más de 30.000 asistentes, una cifra que son ya palabras mayores.
Crecen
el número de licencias y el número de practicantes y hay cadenas de televisión
que apuestan por la retrasmisión de todos los encuentros de un torneo, no solo
las semifinales o la final. Las marcas comerciales patrocinan las camisetas y añaden
su nombre comercial al de los equipos por los que apuestan. Buenos síntomas.
Pero
estas cosas no ocurren por casualidad. Son un síntoma; el síntoma de que las
mujeres van ocupando -poco a poco, pero lo van ocupando…- espacios antes
reservados solo para hombres. ¿Quién no recuerda expresiones en las gradas de
algún estadio de barrio, “recordando que el lugar de las mujeres era solo la
cocina, en lugar de darles patadas al un balón”. A la que menos se la tildaba,
como poco, de “machirolo”.
Tardaremos
en ver cifras tan alocadas en los traspasos de las estrella de futbol femenino
como las que se dan en el masculino. Pero hay cambios sociales -y en el fútbol también-
que han venido ya para quedarse.
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