El 15 de febrero de 1898,
saltaba por los aires el destructor norteamericano Maine, fondeado en la bahía de
La Habana. Hoy en día aun se discuten las causas que originaron aquella explosión.
¿Accidente, sabotaje, ataque de los rebeldes cubanos, de los españoles? Tal vez
nuca se sepa y, la postre, da igual. Lo que sí conocemos son las consecuencias:
una guerra entre Estados Unidos y España que acabó con la pérdida de la última
colonia española en ultramar.
Este tipo de situaciones “confusas”
se han repetido desde tiempos inmemoriales en la Historia. Unas veces la
evidencia se impone, otras se quedan como argumento ideal para novelas y películas
que alimenten teorías de la conspiración más o menos fundamentadas.
Quizás estemos ante un nuevo
episodio. Escenario: el estrecho de Ormuz; incidente: el ataque a dos petroleros
japoneses por parte de desconocidos. Un ataque que coincide con la visita del
primer ministro nipón a Teherán, en un intento de rebajar las tensiones diplomáticas
entre Estados Unidos e Irán. No han pasados más que unas horas para que aparezca
ya un video -de bajísima calidad-, en el que parece que Guardias de la Revolución
retiran una presunta bomba o torpedo sin explotar del caso de uno de los barcos
y se dan a la fuga. Dando por real ese hipotética prueba, quedaría demostrada
la implicación iraní en el incidente.
¡Qué fácil encajan las piezas!
¿no?
Los historiadores llaman “ataques
de falsa bandera” cuando un país se hace pasar por otro para perpetrar una
agresión. Puede que este sea uno de ellos. Pero cuando ocurren siempre conviene
preguntarse quién gana y quién pierde en esta crisis. Naturalmente, nadie tiene
todas las respuestas, pero sabemos que de momento, una de las consecuencias es
la consabida subida de los precios del petróleo. Y siempre que suben los
precios el dinero acaba en los bolsillos de los intermediarios.
Lo dice el refrán: “A río revuelto,
ganancia de pescadores”.
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