- ¡Cuidado no se rompa! Es
dura, pero puede partirse. Con precaución.
- ¡Caray, ni que fuera acero
valirio!
Pero no me entendió la broma.
No era muy aficionado a ver series de televisión y por tanto, no había visto ni
un solo capítulo de Juego de Tronos. Así que siguió contándome para qué usaban
aquello los antiguos.
Se levantó de su escritorio y
se acercó a las estanterías, llenas de pequeños cajones, en los que guardaba,
con mimo, las piezas de su propia colección de antigüedades. Velázquez -que así
le llamábamos los compañeros del colegio, siempre nos nombrábamos por el
apellido y después mantuvimos la costumbre…-, se inclinó por la Antropología, yo
por Económicas, pero a los dos nos unía la pasión por la Historia.
Depositó en el escritorio una
bandeja con pequeñas piezas de un material similar al de la que me enseñó
antes.
- Estás las encontré yo mismo
en Méjico, estas otras son de obsidiana de Lanzarote, estas… Estas no me
acuerdo. ¿Qué pone la etiqueta que hay abajo?
Había puntas de flecha y
cuchillos pequeños de medio mudo, hasta de Hawaii.
- ¡Claro! Allí donde hay
volcanes hay obsidiana. Pero las necesidades de la gente son las mismas: cazar,
guerrear. Y este es un magnífico elemento para ello. Pasa lo mismo con los
huesos de animales. Hay botones de bisonte, de antílope, de caballo por medio
mundo. Incluso comerciaban unos pueblos con otros.
De regreso a casa iba
pensando en lo que me contaba Velázquez. Me sonreí comprobando que lo que decía
era verdad. Cambian las tecnologías, las costumbres, pero el ser humano es muy
parecido en todo el mundo. Si acaso, algunos nos hemos vuelto más cursis. Ahora
pedimos “Cherry Muffins” a lo que en el barrio antes le llamábamos madalenas
rellenas de mermelada de cerezas.
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