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lunes, 21 de diciembre de 2020

Sentido común

 Reflexiona nuestra amiga Mappi...

Anoche me asomé al balcón virtual desde dónde se puede apreciar mejor la realidad y fue entonces cuando varios sentimientos y emociones se cruzaron ante mí. No sin cierto miedo abrí los ojos que momentos antes había cerrado por no querer ver la realidad.

El mundo estaba dividido en dos realidades paralelas pero contrapuestas, una parte era consciente que estamos viviendo una situación dramática y peligrosa, donde hay mucho dolor y lágrimas que se derraman en muchos casos por esa otra realidad que parecen que no existen más que ellos con su inconsciencia, egoísmo, soberbia y sin pensar ni importarles la situación que vive el mundo en general, solo existen las fiestas y el super yo y nadie más.

Estos son los parias de una sociedad que no construyen sino destruyen y encima se ríen y es entonces cuando con dolor piensas que son estos elementos as lo que necesitan es mano dura, con cárcel incluida. Aquí no vale la libertad individual cuando se perjudica gravemente la colectiva. Cuando el lenguaje no sirve para comunicarse hay que emplear otros medios para que entiendan que esa otra parte del mundo, que está viviendo la verdadera realidad, no va a permitir que sea quien sea o lo importante que sea, destruya una sociedad que tanto esfuerzo nos ha costado construir, esa es la verdadera pandemia y la vacuna se llama como me dijo un señor en la feria de artesanía sabio de la vida Macana de macanazo y dice que en los bailes cuando los muchachos se pasaban se les daban un macanazo. Yo vi la macana y les aseguro que daba respeto.

Pues eso que parece humor pienso que ya va siendo hora de emplear la macana con la ley en la mano, porque hay muchas personas que están sufriendo, e incluso muriendo, por estos descerebrados y eso no es un insulto sino libertad de expresión.



jueves, 26 de noviembre de 2020

Stephen Hawking y las depresiones

Durante una conferencia en el Instituto Real de Londres, Hawking comparó los agujeros negros con la depresión, porque lo que está claro es que ni de los agujeros negros ni de la depresión es imposible escapar. “El mensaje de esta conferencia es que los agujeros negros no son tan negros como los pintan. No son las prisiones eternas que antes se pensaba que eran. Las cosas pueden salir de un agujero negro al exterior y, posiblemente, a otro universo. Así que si usted siente que está en un agujero negro, no se rinda; hay una salida“, dijo.

Cuando se le preguntó acerca de sus discapacidades, dijo: “La víctima debe tener el derecho de poder poner fin a su vida, si él quiere. Pero creo que sería un gran error. Por muy mala vida que pueda parecer, siempre hay algo que puede hacer y tener éxito en ello. Mientras hay vida, hay esperanza“. Hawking continuó con un mensaje inspirador acerca de las discapacidades:

Si usted está incapacitado, es probable que no sea su culpa, pero no es bueno culpar al mundo o esperar que se apiaden de usted. Uno tiene que tener una actitud positiva y hay que sacar el mejor partido de la situación en la que uno se encuentra; si uno es discapacitado físico, uno no puede permitirse el lujo de ser también discapacitado psicológicamente. En mi opinión, uno debe concentrarse en actividades en las que su discapacidad física no presentará una seria desventaja. Me temo que los Juegos Olímpicos para personas con discapacidad no son para mí, pero es fácil para mí decirlo debido a que de todos modos nunca me gustó el atletismo. Por otro lado, la ciencia es un área muy buena para las personas con discapacidad, ya que continúa principalmente en la mente. Por supuesto, la mayoría de los tipos de trabajos experimentales son probablemente descartados para la mayoría de estas personas, pero para el trabajo teórico es casi ideal.

Mi discapacidad no ha sido un impedimento significativo en mi campo, que es la física teórica. De hecho, me ha ayudado de alguna manera a mí, protegiéndome de conferencias y del trabajo administrativo en el que de otro modo habría estado involucrado. Lo he conseguido, sin embargo, sólo gracias a la gran cantidad de ayuda que he recibido de mi esposa, hijos, colegas y estudiantes. Me parece que la gente en general está muy dispuesta a ayudar, pero usted debe animarles a sentir que sus esfuerzos para ayudarle valen la pena“.

Stephen Hawking no sólo estimula las mentes científicas a prestar atención, también inspira a los demás a tomar nota de que hay una conexión entre las estrellas y cada uno de nosotros. Sus discapacidades no han detenido su mente curiosa y su sentido de maravillarse.
Su hija, Lucy, compartió con la multitud de la conferencia: “Él tiene un deseo muy envidiable de seguir adelante y la capacidad de convocar a todas sus reservas, toda su energía, toda su concentración mental y juntar todo ello con el objetivo de continuar. Pero no sólo para seguir adelante con el fin de sobrevivir, si no para trascender al producir el extraordinario trabajo de escribir libros, dar conferencias, e inspirando a otras personas con enfermedades neurodegenerativas y otras discapacidades”.




(De:
http://www.conocersalud.com/mensaje-stephen-hawking-depresion/?utm_source=pinterest&utm_medium=conocersalud&utm_term=mensaje-stephen-hawking-depresion&utm_campaign=07-2017)

viernes, 28 de febrero de 2020

No es no, otra vez el fin del mundo

Proliferan estos días las imágenes apocalípticas a propósito del coronavirus, pero impresiona en particular la fotografía de un militar italiano que patrulla en el perímetro de la catedral de Milán provisto de mascarilla y de una ametralladora. Han desaparecido los turistas y los transeúntes en la zona del Duomo. Y se ha derrumbado el Ibex con todos los síntomas del efecto mariposa.


El virus no es ya un exotismo asiático, una fiebre amarilla, sino un problema occidental. Tan occidental y tan cercano como las góndolas vacías —parecen féretros navegando en la laguna Estigia— y como los partidos de fútbol que se van a suspender, bien sea para prevenir la pandemia real o bien sea para neutralizar la enfermedad imaginaria: una especie de hipocondría planetaria que expone el poder de la superstición en las supuestamente sociedades informadas e instruidas. La aldea global es antes una aldea que un fenómeno global, de tal manera que el sensacionalismo de las televisiones y la sugestión de una plaga bíblica predisponen el diagnóstico de una comunidad vulnerable y expuesta, otra vez, a la psicosis del fin del mundo.

La propia Organización Mundial de la Salud alerta “urbi et orbi” del advenimiento de la gran pandemia, pero no está claro en qué consiste defenderse de ella, más allá de comprarse una mascarilla y de llevar un crucifijo o una bala de plata en el bolsillo. Se diría que la verdadera enfermedad es la histeria. No como mera abstracción, sino como demostración de una susceptibilidad que precipita las situaciones incontroladas de estrés, recelo del extranjero, angustia social y reacciones instintivas. Compramos en los chinos menos que antes. Y es probable que represaliemos ahora las pizzerías, más todavía cuando los programas de mayor audiencia promueven y vampirizan el gran espectáculo del planeta contaminado. Y no porque no haya razones para preocuparse ni para tomar medidas, sino porque el miedo a un agente exterior que se contagia fácilmente y que adquiere propiedades letales sobreestimula la credulidad de los espectadores.

Le sucedía al protagonista de Molière en 'El enfermo imaginario'. Poco importa que la enfermedad sea ficticia si provoca los efectos psicosomáticos de una afección 'verdadera'. El propio Molière fallecería al poco de estrenar la premonitoria pieza teatral, originando la leyenda negra de la indumentaria amarilla. Se supone que la llevaba puesta en las funciones. Y que le trajo mala suerte ponérsela, de tal manera que se ha generalizado la maldición del amarillo en los ambientes teatrales y hasta en los taurinos.

Tiene sentido la anécdota en el contexto del carnaval en que sarcásticamente ahora nos encontramos. El travestismo de los disfraces predispone la generalización de una indumentaria aséptica y purísimamente blanca que describe un estado de sugestión enfermizo. El desinfectante se vende a precio de oro en Italia. Costaba tres euros hace unos días y ahora se eleva a 23, de tal forma que la histeria se traslada a los problemas de abastecimiento y provoca una epidemia social a expensas de la serenidad y de la convivencia. Sucederá lo mismo en España en cuanto aparezcan los primeros casos. Los ancianos se mueren por centenares a cuenta de la gripe, pero el coronavirus excita la imaginación de una pandemia crepuscular, más o menos como si la peste bubónica nos estuviera acechando.

La gravedad inequívoca del coronavirus arriesga a ser menos relevante que la convulsión de la sociedad derivada del tremendismo y de las enfermedades imaginarias. Tanto valen estas últimas como las reales si terminan provocando un caos social, económico y hasta geopolítico, entre otras razones porque los remedios al brote apocalíptico engendran la sobreactuación y describen otros muchos intereses derivados. Empezando por la guerra comercial a China. Y por todas las dudas que ha planteado el régimen asiático en términos de transparencia y de rigor.

Es la razón por la que los medios informativos deberían responsabilizarse de la cautela y del rigor, pero la tentación de proyectar una película apocalíptica sobrepasa cualquier escrúpulo deontológico. Paradójicamente, la era del conocimiento procura todos los medios para propagar la superstición y los miedos atávicos. Sucedió con el ébola. Y volverá a ocurrir cada vez que se relacione al extranjero con el enfermo y al enfermo con el extranjero, más todavía en estos tiempos de populismo xenófobo y de prevención al contagio no ya de un virus sino de las ideas y de las reflexiones que puedan contaminar el hábitat de nuestra caverna.

Rubén Amón
(en elconfidencial.com; 25 de febrero de 2020)

viernes, 7 de febrero de 2020

Miedos y mascarillas


Debe ser que ya no nos acordamos ni de la fiebre porcina, ni de la fiebre aviar, ni del virus del ébola. Ahora toca el Coronavirus y vuelven a sonar todas las campanas, como si por todo el globo cabalgara suelto a lomos de su corcel el jinete del Apocalipsis encargado de este negociado.

De nuevo los medios de comunicación (y de intoxicación) despliegan todo su arsenal de influencia en la opinión pública. No es cuestión de minimizar nunca la gravedad de una epidemia, ni la pérdida de las vidas que se ha llevado ya, y se llevará en esta ocasión. Pero crispa comprobar la facilidad con que se discrimina a la comunidad china, en este caso, por el hecho de serlo.

Pareciera que en la memoria colectiva de los europeos aun estuviera vigente el atávico recuerdo de la Peste Negra, que se llevó por delante al 30% (en algunas regiones de Italia superó el 60%) de la población del continente a mediados y finales del siglo XIV.

Como ahora, aquella fe un periodo de la Historia en la que se habían abierto las fronteras a las rutas comerciales, un factor que contribuyó a la rápida propagación de las plaga. Hoy, que vivimos en un mundo globalizado ese riesgo sería aun mayor, si no fuera porque el mundo en el que vivimos es otr muy distinto. El tiempo no pasa en balde.

Y un país que es capaz de levantar, en menos de un mes, dos hospitales, preparados con la última tecnología para atender a más de cuatro mil afectados merece un voto de confianza. Son los primeros interesado en acabar con el peligro de la epidemia.