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miércoles, 15 de agosto de 2018

Stella


Se dejó caer en el sofá del camerino. Ya se quitaría el maquillaje que tanto le incomodaba, pero lo primero era recuperar esa energía que le caracterizaba. No podía quejarse, el estreno del nuevo programa había sido un éxito -otro más- después de semanas de tensión, de gritos, de incertidumbres. Mañana más de una web publicaría su crítica y sabía que en Twitter ha estaría rodando etiqueta “#Stella” como trending topic o a punto de serlo. No era la primera vez. Empezaba a estar peligrosamente acostumbrada a serlo.

Y sin embargo, se daba cuenta de que cada vez le importaba menos. No se veía reflejada en la actitud de la mayoría de las compañeras de la cadena de televisión, una de las más importantes del país. A alguna les pesaba el ego tanto que merecían sillón a parte para depositarlo a su lado. Se sentía sola, cada vez más. Añoraba los primeros tiempos, aquéllos de la pequeña emisora “de pueblo”, con pocos medios, en los que había que hacer de todo. No como ahora, que una nube de productores, guionistas y técnicos de todo tipo se lo daban todo casi hecho. La nueva estrella de la televisión solo tenía que abrir la boca y sus deseos se cumplían como si estuviera rodeada de infinitas lámparas de genios. No necesitaba ni frotar.

“Soledad” esa era la sensación que angustiaba a Stella. Pero se sentía atrapada. Ya no estaba a tiempo de romper con todo y liberarse de esa cárcel cada vez más angustiosa que la rodeaba. Demasiados contratos, demasiados compromisos adquiridos, demasiados favores que, de una manera un otra, tendría que devolver. Negó sin darse cuenta con la cabeza, en un intento más sacudir esos sentimientos de su cabeza. No era la primera vez que le venían a la cabeza -y sabía que no sería la última.

Al otro lado de la puerta le esperaba de nuevo la nube de admiradores y de aduladores sobrevenidos; los mismos que le abrumarían de piropos y halagos procedentes e improcedentes; los mismos que no dudarían en sacar sus cuchillos de cortar cabezas en cuanto cometiera el primer traspiés…




miércoles, 21 de marzo de 2018

Competir vs. compartir


A  diario competición se multiplica por millares. Compartir, posiblemente en un trance de optimismo, llegue a multiplicarse por decenas. Utopía barata la mía cuando el odio y el egoísmo, entre los grupos y colectivos, prima por doquier. Ahí tenemos al llamado estado islámico al que solo se le ve como solución su liquidación física. ¿Por qué hay gente que no es capaz de sentarse a dialogar?

La competición brilla en el mundo de la política. En situaciones normales basta que un partido dé una idea justa y razonable, para que el otro la tire por los suelos presentando aquella misma propuesta mejorada o por lo general más endiablada y difícil de llevar a cabo. ¿Por qué habremos convertido la democracia en una partitocracia?

Y en situaciones especiales, como las preelectorales, lo normal se hace extraordinario. Que un presidente de gobierno salga a la calle y camine por ella (eso sí, rodeado de su amplio equipo de seguridad personal), salude a la gente, se pare a hablar con ella es algo que se recibe con aplausos y sorpresas. ¿No debería ser el pan de cada día encontrárnoslo por la calle y que se parase a escucharnos? Igual ese es el gran problema de políticos y de no políticos, de padres e hijos, de profesores y tertulianos, de blogueros y vecinos de las redes sociales…, el problema de haber aprendido a hablar sin saber escuchar, haciendo del competir el matarife del compartir.



martes, 5 de diciembre de 2017

De pendientes va la vida

Qué fácil es ver los toros desde la barrera o arbitrar un partido de fútbol desde las gradas. O que maravillados nos sentimos cuando vemos llegar al alpinista a la cima de su meta y brazos en alto exclama su alegría ante el entusiasmo de sus fans. Más difícil es estar en el campo entre los jugadores que pasan el balón, corren y patean sin tener en cuenta al que está delante. Y no digamos subir el monte más alto desde una plataforma bien estable donde el único esfuerzo de los que lo ven es soportar el pesado abrigo que nos cubre del hielo.

“Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible". (Leni Riefenstahl)

A los que tienen como hobby montañas muy altas a veces se le toma como excéntricos. Los alpinistas son el mejor ejemplo para saber lo que es escalar, su camino es una pendiente inhumana, donde los emperadores son el viento y el hielo y los extremos suelen tocarse: éxito o fracaso. De alguna manera arriesgan su vida para tocar un premio. Algo así como una fantasía donde se unen la capacidad física con la determinación, la ética con la capacidad técnica, ningún timorato o miedoso se atreverá a vivir esta experiencia.


Deporte, el alpinismo, que es un buen ejemplo para revisar las escarpadas paredes o muros que hemos subido o tendremos que seguir subiendo para cualquier cosa que nos propongamos. En el alpinismo no cabe la tibieza. Hay que echarle fantasía, estar preparados física y técnicamente, tomar las dificultades como un juego o reto de palabras a construir desde ellas una historia. Se necesita para ello gente responsable. Superar limpiamente las dificultades, no hacer trampas, no luchar contra la naturaleza sino comprenderla adaptándonos a ella. Actitudes todas ellas a contrastar con cualquier objetivo que nos tracemos en la vida para lograr el cual siempre habrá que subir una montaña, más grande o más pequeña, pero subida siempre.