Se dejó caer en el sofá del
camerino. Ya se quitaría el maquillaje que tanto le incomodaba, pero lo primero
era recuperar esa energía que le caracterizaba. No podía quejarse, el estreno
del nuevo programa había sido un éxito -otro más- después de semanas de
tensión, de gritos, de incertidumbres. Mañana más de una web publicaría su
crítica y sabía que en Twitter ha estaría rodando etiqueta “#Stella” como trending topic o a punto de serlo. No era la primera vez. Empezaba a estar
peligrosamente acostumbrada a serlo.
Y sin embargo, se daba cuenta
de que cada vez le importaba menos. No se veía reflejada en la actitud de la
mayoría de las compañeras de la cadena de televisión, una de las más
importantes del país. A alguna les pesaba el ego tanto que merecían sillón a
parte para depositarlo a su lado. Se sentía sola, cada vez más. Añoraba los
primeros tiempos, aquéllos de la pequeña emisora “de pueblo”, con pocos medios,
en los que había que hacer de todo. No como ahora, que una nube de productores,
guionistas y técnicos de todo tipo se lo daban todo casi hecho. La nueva
estrella de la televisión solo tenía que abrir la boca y sus deseos se cumplían
como si estuviera rodeada de infinitas lámparas de genios. No necesitaba ni
frotar.
“Soledad” esa era la
sensación que angustiaba a Stella. Pero se sentía atrapada. Ya no estaba a
tiempo de romper con todo y liberarse de esa cárcel cada vez más angustiosa que
la rodeaba. Demasiados contratos, demasiados compromisos adquiridos, demasiados
favores que, de una manera un otra, tendría que devolver. Negó sin darse cuenta
con la cabeza, en un intento más sacudir esos sentimientos de su cabeza. No era
la primera vez que le venían a la cabeza -y sabía que no sería la última.
Al otro lado de la puerta le
esperaba de nuevo la nube de admiradores y de aduladores sobrevenidos; los
mismos que le abrumarían de piropos y halagos procedentes e improcedentes; los
mismos que no dudarían en sacar sus cuchillos de cortar cabezas en cuanto
cometiera el primer traspiés…
Eso lo hemos vivido muchos en distintas etapas de la vida. Es verdaderamente lamentable la condición humana, salvo a unos escasos casos que afortunadamente tengo la satisfacción de conocerlos. Un abraso Armando.
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