Limpiemos
—decía mi maestro— nuestra alma de malos humores, antes de ejercer funciones
críticas. Aunque esto de limpiar el alma de malos humores tiene
su peligro; porque hay almas que apenas si poseen otra cosa, y, al limpiarse de
ella, corren el riesgo de quedarse en blanco. Pureza, bien; pero no demasiada,
porque somos esencialmente impuros. La melancolía o bilis negra ha colaborado
más de una vez con el poeta, y en páginas perdurables. No hemos de recusar al
crítico por melancólico. Con todo, un poco de jabón, con su poquito de
estropajo, nunca viene mal a la grey literaria.
Que
todo hombre sea superior a su obra es la ilusión que conviene mantener mientras
se vive. Es muy posible, sin embargo, que la verdad sea lo contrario. Por eso
yo os aconsejo que conservéis la ilusión de lo uno, acompañada de la sospecha
de lo otro. Y todo ello a condición de que nunca estéis satisfechos ni de
vuestro hombre ni de vuestra obra.
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