Su forma de ser denota una
gran codicia. Su mano, siempre cerrada. Sus ojos, bien abiertos, mirando
fijamente a quien más cerca tenía. Hasta que un día su mano quedó truncada y
dentro de las manos su corazón.
El mundo no tenía ni tendrá nombre. Da igual se
llame de una forma o lo llamen de otra. Para él era indiferente. Así el día que
se quiso despedir de todos nosotros, en un rincón abandonado allí estaban todos
ellos como en nuestro sueño.