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jueves, 3 de enero de 2019

Los dioses enfadados


Cuando vieron el cometa supieron que los dioses habían enfadado. Y no era para menos. Él mismo lo había predicho. Fundamentándose en que había estudiado Economía desde que comenzó la crisis, hace ya diez largos años se dedicó a ir por todos los medios de comunicación posibles - sobre todo aquellos cimentados en tertulias, semanales a ser posibles- anunciando los gravísimos problemas que la crisis iba a traernos:
Qué si el sistema de pensiones se iba a venir abajo; que si la sanidad pública se iba a quedar bloqueada, teniendo que pagar cada ciudadano la visita que pudiera hacer al médico de cabecera; que los supermercados, sobre todo los del barrio iban a ser asaltados; que si los bancos se iban  a quedar sin dinero.

Pero el protagonista de la historia no cejaba en sus más negros augurios, aumentando cada día su caudal en la medida en que eran más numerosas sus participaciones públicas, a pesar que no se cumplían sus predicciones proféticas, una desgracia para todos los personajes de este tipo Avon de nuestra sociedad, abusando de la confianza de las personas. Son como uno de esos charlatanes que se suben a un cajón de madera en un parque de Londres anunciando el fin del mundo. Hasta que llegó un momento en que se cumplió lo que dice el antiguo dicho: “el gato escaldado del agua fría huye”. Su fama negativa también se hizo popular. Algunos decían que había que enviarlo a un planeta por descubrir. La idea del cometa no resultó mala. Los dioses del pueblo, que somos el mismo pueblo, nos habíamos enfadado.




viernes, 21 de diciembre de 2018

La profecía

Y se inventó la excusa más extraña para no ir a trabajar.

Cuando colgó el teléfono soltó una carcajada que retumbó por las cuatro paredes del dormitorio. Miró el despertador y calculó mentalmente que aun le quedaban  tres horas y media largas para retozar entre las sábanas. Es lo bueno de tenerle comido el tarro al jefe…

Estaba seguro que el resto de compañeros de trabajo estarían farfullando, murmurando unos con otros, incrédulos de que colara semejante argumento. Nadie dudaba, sin embargo, que saldría indemne de ésta como ya lo había hecho antes de un sin fin de situaciones parecidas. Es lo bueno de tener un jefe tan supersticioso como crédulo.

Al fin y al cabo, ¿qué se puede argumentar cuando tu empleada es también tu echadora de cartas y te avisa de que ha decidido cogerse el día libre, porque mañana es el fin del mundo?  ¿Y si resulta que no se equivoca y es cierto?