Cuando vieron
el cometa supieron que los dioses habían enfadado. Y no era para menos. Él
mismo lo había predicho. Fundamentándose en que había estudiado Economía desde
que comenzó la crisis, hace ya diez largos años se dedicó a ir por todos los
medios de comunicación posibles - sobre todo aquellos cimentados en tertulias,
semanales a ser posibles- anunciando los gravísimos problemas que la crisis iba
a traernos:
Qué si el
sistema de pensiones se iba a venir abajo; que si la sanidad pública se iba a
quedar bloqueada, teniendo que pagar cada ciudadano la visita que pudiera hacer
al médico de cabecera; que los supermercados, sobre todo los del barrio iban a
ser asaltados; que si los bancos se iban
a quedar sin dinero.
Pero el
protagonista de la historia no cejaba en sus más negros augurios, aumentando
cada día su caudal en la medida en que eran más numerosas sus participaciones
públicas, a pesar que no se cumplían sus predicciones proféticas, una desgracia
para todos los personajes de este tipo Avon de nuestra sociedad, abusando de la
confianza de las personas. Son como uno de esos charlatanes que se suben a un
cajón de madera en un parque de Londres anunciando el fin del mundo. Hasta que
llegó un momento en que se cumplió lo que dice el antiguo dicho: “el gato escaldado
del agua fría huye”. Su fama negativa también se hizo popular. Algunos decían
que había que enviarlo a un planeta por descubrir. La idea del cometa no
resultó mala. Los dioses del pueblo, que somos el mismo pueblo, nos habíamos
enfadado.
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