Hay quienes dicen que un
lugar rodeado de agua por todas partes está encerrado en sí mismo. Están
equivocados. El agua no es un carcelero.
Un país, un pueblo, una isla sin agua es como vivir en un corral rendido por
las cigarras.
Soñé que me llevaban a un
pueblo sin río, a una tierra sin agua dónde los que la habitan no nacieron como
un niño, ya que en el parto su madre ni una gota de agua soltara. Y recuerdo
como en ese mismo sueño gritaba: quiero volver a tierras niñas; lléveme a un
blando país de aguas. Quiero envejecer en grandes pastos y todos los días
cantar “en el río".
Cumplieron mi deseo. Y vivía
en una pequeña casita donde en el cristal de la ventana repiqueteaba la lluvia para
llegar a un barranco por el que fluir hasta llegar al mar. El río iba buscando
el mar y el mar estaba de vez en cuando buscando el río que le daba lo que a él
le faltaba: nueva vida.
Y así tuve la fortuna. Ya
fuese de día ya de noche, el agua era mi protector. Abría los ojos el reino del
agua como corriente dulce y silenciosa me manaba por dentro y por fuera. Y si
los cerraba, a oscuras, me veía en la orilla del río, sintiendo como mi corazón
latía con cada burbuja de agua que estallaba.
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