Tiempos de antes. Gobernaba
un dictador. Su fuerza no estaba en la razón. Su inteligencia solo brotada del
el poder de las armas. No se pedían voluntarios para el ejército. Él decretaba
quién tenía que ir. Y entre otros le tocó a Rodrigo. Aquella guerra no iba a con él. Lo suyo era traer cada día
el pan a su casa. Pero si no iba a la guerra nunca más tendría la posibilidad
de traerlo. En cualquier esquina le pegarían un tiro por no haber cumplido con
el deber que le imponían.
Paco, su hijo de 5 años, escuchó
una, dos y tres veces las protestas que en casa su padre repetía en voz alta.
La tristeza se había hecho la dueña de su hogar. Vamos a pasar dificultades.
Tendremos, decía su madre, que organizar un plan para que no se pierdan o
desparramen ni la leche ni las lágrimas ni los medicamentos. Se asomó a la
ventana y en eso vio una bandada de pájaros que regresaban a sus nidos.
Llegó el día de la marcha.
Todas las mujeres del pueblo se juntaron para despedir a sus maridos. Roberto
quiso ir a despedir a su padre.
Y cuando su padre desfilando
en fila militar se acercó a donde él estaba de pie viéndoles pasar se abalanzó
a abrazarle diciéndole: No te preocupes papá. Recuerda que abuela se llama
esperanza. Ella ya no necesita medicinas que la curen y ahora cuida de
nosotros.
Despierto y dormido soñaré
contigo. Cuando vuelvas verás que tengo unos ojos nuevos porque me asomaré a la
ventana todas las mañanas y el viento y aire fresco me traerán tu respiración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario