No era lo mío.
Lo de entrar en una casa por la ventana ni solo no era mi costumbre, sino que
me inspiraba vértigo nada más pensarlo. Mejor esperar a la luz del día.
Un simple
cálculo de posibilidades, y la constatación de la vigencia de la Ley de la
Gravedad de Newton, te decía que esto de trepar hasta la ventana y entrar no
era tan fácil como coser un botón de una camisa o preparar ajo arriero en un
almirez.
Entonces fue
brillante idea de llamar a un cerrajero. Imposible, me había dejado el móvil en
la mesa del salón… junto a las llaves.
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