Y se inventó la
excusa más extraña para no ir a trabajar.
Cuando colgó el
teléfono soltó una carcajada que retumbó por las cuatro paredes del dormitorio.
Miró el despertador y calculó mentalmente que aun le quedaban tres horas y media largas para retozar entre
las sábanas. Es lo bueno de tenerle comido el tarro al jefe…
Estaba seguro
que el resto de compañeros de trabajo estarían farfullando, murmurando unos con
otros, incrédulos de que colara semejante argumento. Nadie dudaba, sin embargo,
que saldría indemne de ésta como ya lo había hecho antes de un sin fin de
situaciones parecidas. Es lo bueno de tener un jefe tan supersticioso como
crédulo.
Al fin y al cabo, ¿qué
se puede argumentar cuando tu empleada es también tu echadora de cartas y te
avisa de que ha decidido cogerse el día libre, porque mañana es el fin del
mundo? ¿Y si resulta que no se equivoca
y es cierto?
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