Su práctica
cotidiana consistía en tenerlo todo bajo control. Él era quien tenía que
planificar y construir la marcha de la oficina cada día. Eran sus esquemas, sus
seguridades y sus gustos los que mandaban. Tampoco ello llevaba consigo alguna
novedad en el quehacer diario. Más que la novedad era la antigüedad la que
reinaba. Las iniciativas de sus empleados caían en saco roto. Hasta que cierto
día Roberto, uno de sus empleados y además muy amigo, hombre dado al
conocimiento de las tradiciones tanto cristianas como esotéricas, aprovechó un
café donde habían quedado solos para hacerle reflexionar sobre la importancia
de abrirse a la novedad de los nuevos cambios, métodos y maneras de nuestra
sociedad.
"Tienes que
darte cuenta, en primer lugar, que tú eres una novedad y una empresa sale
adelante si se arriesga y hace cambios. Fíjate hasta en los tiempos antes de
Jesucristo la gente se arriesgaba. Noé, del que todos se ríen, construye un
arca y se salva; Abraham abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa;
Moisés se enfrenta al poder del Faraón y conduce al pueblo a la libertad. Pues
eso es así, amigo, hay que estar abierto a las sorpresas de la vida y no
atrincherarnos en estructuras y costumbres caducas. Por ejemplo, hoy no se
concibe un trabajo dirigido por una persona sino por un equipo. Siempre se ha
dicho que cuatro ojos ven mejor que dos”.
Aquella
conversación no cayó en saco roto. A la semana siguiente un equipo bajo la
dirección de su jefe de siempre coordinaba la empresa
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