Le gustaba
caminar a las orilla del mar. Decía que era su mejor amigo. Intentaba vestir
como el mar, y descalza como él, arañaba la arena con sus pies mojados. Su
semblante reflejaba contento. Salía del mar igual que como entraba: sonriendo.
Aquel día al pisar tierra de encontró con Salvador. Ambos manifestaban su
alegría al verse. Y así ella le contó el viejo secreto que buscaba siempre, y es
que muchas veces al salir del agua, sentía cómo se transformaba: ∫Una vez fui
el reloj de la Gran Vía donde todos se paraban para mirarle. Y hace un momento
fui una flor amarilla para hacer experimentar a quien me contemplase que donde
florecen las flores hay esperanza.
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