Chiquito y vestido de feo,
con una voz desproporcionada a su estatura, concentraba la atención de los que
con silla o sin ella aprendíamos de mayores a valorar la zarzuela.
Por arte de magia Magnolia,
animadora de la residencia, hacia aparecer, con un ruido de música que parecían
cañones orquestados, a un grupo tras otro.
Los mayores presentes nos
dejamos llevar por la música y todos los monitores, con cara de contentos, veíamos como nos movíamos en los asientos al compás
de la música. Difícil de entender la letra de las canciones pero la música te
atrapaba.
Más que un festival se estaba
haciendo un taller de musicoterapia. Buena idea la de El Palmeral dónde entienden que la
vida no termina porque seas mayor, estés con una enfermedad crónica o no te
acuerdes de las cosas. La vida es vida, sea cual sea tu condición, estado de
salud o edad. Y hay que vivirla. El personal joven ayuda también a ello, a que
los mayores sigamos valorándonos.
¡Bravo! gritamos mientras
aplaudimos a los que vestidos a la moda de la Edad Media se mueven con sus
abanicos o capuchas de dolor y luto.
Buena señal. Enseñarnos que tras la apariencia de tristeza siempre
está la llamada a vivir. No importa el vestido, ni la gorra, ni la edad ni las
arrugas. Importa tus genas de vivir y la mezcla de personal joven que nos
empuja. Todo ello hace de El Palmeral una copia a seguir.
“Fiel espada triunfadora que
brillas en mi mano... Brilla tizona de fino acero… que a tu luz quiero hallar
la sombra de mi fortuna”.
“Belén. Campanas de Belén”…, “Ande,
ande, ande, la marimorena”,... “Va también una burra cargada de chocolate”..., “Coge
mi zambomba coge mí mandil”... Y a mí llegan los dulces recuerdos de aquella...
que nunca olvidaré. Pues llegó esa voz cariñosa que nos dice: Alegría, alegría,
alegría. Llegó Navidad…
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