Si me pongo específico, imita
al norte con la fiesta que es el Caribe, al sur con la selva fantástica de
Brasil, al oeste con kilómetros de vallenato, cumbia y hermandad y al este con
la vastedad del Atlántico y ese litigio histórico, otra vez de moda, que es
Guyana.
Mi casa tiene el techo azul
casi todo el año. Mi casa es un clima de mangas cortas y risa fácil. Mi casa
tiene un catálogo de playas irrepetibles. Y si la camino a fondo me topo con la
belleza de sus abismos de agua, con la neblina a caballo de sus páramos, con
sus árboles redondos, con su sol de tamarindo y papelón.
Mi casa tiene 30 millones de
habitantes. Tiene un océano de mujeres hermosas y sensuales. Mi casa es una
geografía vehemente y delirante.
La han llamado Tierra de
Gracia, Pequeña Venecia, Norte del Sur, El Dorado, Crisol de Razas, Paraíso
Perdido.
En mi casa se baila en todas
las esquinas, se toma cerveza sin piedad, se coleccionan abrazos y se hace el
humor hasta el amanecer.
En mi casa está mi infancia,
mi ventana y mi lámpara, mi postre favorito, mi carro, mi lista de amigos, mi
cine recurrente, mi ruta de librerías, mi estadio de beisbol, mi zona de
costumbre y apegos. El sol nace y se pone en mi casa.
Resulta que mi razón de ser,
lo que me explica y define, limita por todas partes con mi casa. Este es el
domicilio de mis entusiasmos y obsesiones.
Tengo una vida entera en
ella. Y una vida entera es mucho tiempo. Es todo el tiempo. Una vida amueblada
por mis años, mis logros y mis mejores fracasos.
Y sucede que a pesar de todo
eso, tengo que explicar por qué no me quiero ir de mi casa...
Mi casa es Venezuela
Leonardo Padrón
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