Cuando los hombres acuden a las armas, la
retórica ha terminado su misión. Porque ya no se trata de convencer, sino de
vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay guerra sin retórica. Y lo
característico de la retórica guerrera consiste en ser ella la misma para los
dos beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y hubiesen
llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi
maestro la irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por
otro.
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