De aquella mañana lo que más
recuerdo son las lágrimas desconsoladas de una compañera de curso en la
facultad de Económicas. Nos acabábamos de enterar del asesinato de Ernest
Lluch, a manos (cobardes) de ETA. Había sido -si no recuerdo mal- ministro de
Sanidad de uno de los gobiernos del PSOE en tiempos de Felipe González y había
aprobado su etapa con un “más que suficiente”. Pero nosotros no le recordábamos
por eso. Había sido profesor nuestro en la Facultad de Ciencias Económicas de
Valencia. Era un profesor riguroso –“riguroso” en todos los sentidos-. Se decía
que si aprobabas su asignatura (Teoría Económica de 5º) aprobabas la carrera.
Mucha gente se dejaba su asignatura para el final, anulando convocatorias, para
dedicarse exclusivamente a ella. Pero era honesto, el nivel que te pedía para
superar sus exámenes era el que el te ofrecía en sus clases, cosa que, como
bien sabemos, no siempre ocurre. Quizás por eso no recuerdo yo críticas a su
forma de hacer. Un tiro en la nuca se lo llevó por delante. Y nos quedamos con
las lágrimas o, en el mejor de los casos, con la mandíbula apretada por la
rabia.
Recuerdo otro día -éste estoy
seguro que era un sábado, un angustioso sábado- cuando esa misma ETA acabó con
la vida de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua. Lo recuerdo muy bien
porque, por entonces, yo trabajaba en un medio de comunicación y hubo programa
especial, motivado por ese ejercicio de cinismo en el que ETA convirtió aquella
jornada en la “crónica de una muerte anunciada”.
En la memoria se me difuminan
los otros novecientos y pico nombres de hombres y mujeres que sufrieron similar
suerte. Quedan, claro, el atentado siniestro de Hipercor en Barcelona o la
casa-cuartel de Zaragoza, el atentado en la T4 de Madrid, Irene Villa…, Ortega Lara, pero
para casi todos los demás tienes que recurrir a Internet para refrescar los
recuerdos.
Pasan los años, parece que el tiempo va relegando al olvido nombres y lugares. Tal vez deba ser así, pero en parte, sólo en parte, no vaya a ser que por el sumidero del olvido se nos borren de la memoria gente que se dejó la vida por el camino.
No me atrevo a valorar
(aunque mi corazón lo tiene claro). “No toca”, que diría alguno. La historia
pondrá las cosas en su lugar. Aquí sólo hemos querido evocar las muertes
inútiles -como ahora queda claro- de algunas de sus víctimas y un par de
recuerdos personales que me vienen a la memoria.
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