Cuando eres pequeño poco te
importa que el otro sea negro o tecnicolor. Lo que te interesa es que sea
alguien que tenga ganas de jugar contigo. Pero cuando crecemos empiezan los
miedos. Miedo a que el otro sea violento y la coja contigo; miedo a que te
juzguen por aquello que haces y que, no haciendo mal a nadie, hay algunos a los
que no les gusta.
Hay mucha gente de todas las
edades, de todas las clases sociales y de todas las nacionalidades que se creen
más importantes que los demás. Alguien tendrá que decirle que pasen por el
cementerio y mirando cada nicho y pregunte: ¿hay alguien aquí que se sienta más
importante que los demás? Parece que haber alguno habrá a juzgar por los mausoleos
que la gente importante se construye para su descanso eterno. Fijémonos bien:
el cementerio está lleno de gente imprescindible o que creía serlo.
La Carta de los Derechos
Humanos que todos celebramos comienzan reconociendo la igualdad de todas las
personas sea cual fuere su nacionalidad, su ideología o su orientación sexual.
Nos queda mucho para pensar y
actuar así. Prueba de ello es nuestra actitud y conducta ante los inmigrantes. ¿Los
pocos que llegan con qué se encuentran? Pues sencillamente con el desprecio y
soledad que esta sociedad nuestra les brinda.
Criticamos a la justicia
porque para ella no todos somos iguales ante la ley. ¿Y a nosotros quién nos
crítica? Somos los primeros en no aplicar que la ley es igual para todos,
negándoles incluso el derecho a ser “persona” pues cuando les decimos "inmigrantes
ilegales'.
TODOS LOS SERES HUMANOS SOMOS
LEGALES.
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