Estaba solo. Se sentía más
contento mientras estaba trabajando que ahora ya jubilado. No tiene nada que
hacer, nada que mirar. Sentía que la nada era su única compañera.
Un día en uno de esos paseos
matutinos paso junto a una residencia de mayores. La curiosidad le picó y entró
para conocerla. No tardó ni veinticuatro horas en tomar una decisión. Al día
siguiente estaba firmando el contrato de alojamiento.
Se despidió de la soledad, su
antigua compañera. Se sentía a gusto rodeado de gente de su edad. Y he aquí que
un día se dio cuenta de que estaba enamorado de Carmen. Ella también es viuda,
solo tiene sesenta y cinco años. No pasaba un minuto sin querer estar presente
donde estuviera ella. No era una mujer de trato fácil, la verdad. A ella no se
le podía decir un buenos días sonriente. Te mira con una cara que parecen decirte
"Forastero, no te metas en asuntos que no te incumben". Pero en el
comedor, en salón de la tele, en patio… en cualquier parte iban juntos.
Hasta que un día se cansó y
ella lo dejó. Lleva una semana sin poder asimilarlo. Se sienta en todos los
rincones de la residencia pero no tarda dos minutos en volver a levantarse a
ver si la encuentra. En su camino, con los ojos puestos en la soledad, a veces
tropieza con un obstáculo humano o con una silla que está fuera de su sitio.
Ayer, inexplicablemente, se lío a mamporros con un compañero. Hoy el médico le
ha diagnosticado principio de Alzheimer. Sólo está empezando. Y él no quiere olvidar.
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