– Uno de los medios más eficaces para que las
cosas no cambien nunca por dentro es renovarlas -o removerlas- constantemente
por fuera. Por eso -decía
mi maestro- los originales ahorcarían si pudieran a los novedosos, y los
novedosos apedrean cuando pueden sañudamente a los originales.
Aprendió tantas cosas -escribía mi maestro, a
la muerte de un amigo erudito-, que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de
ellas.
– El escepticismo pudiera estar o no
estar de moda. Yo no os aconsejo que figuréis en el coro de sus adeptos ni en
el de sus detractores. Yo os aconsejo, más bien, una posición escéptica frente
al escepticismo. Por ejemplo: “Cuando pienso que la verdad no existe, pienso,
además que pudiera existir, precisamente por haber pensado lo contrario, puesto
que no hay razón suficiente para que sea verdad lo que yo pienso, aunque
tampoco demasiada para que deje de serlo”. De ese modo nadáis y guardáis la
ropa, dais prueba de modestia y eludís el famoso argumento contra escépticos,
que lo es sólo contra escépticos dogmáticos.
– Nunca os aconsejaré el escepticismo
cansino y melancólico de quienes piensan estar de vuelta de todo. Es la
posición y más falsa y más ingenuamente dogmática que puede adoptarse. Ya es
mucho que vayamos a alguna parte. Estar de vuelta, ¡ni soñarlo…!
– Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros
nada, y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el
barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes, como se ha
dicho muy razonablemente, y yo diría, mejor, a sembrar preocupaciones y
prejuicios; quiero decir juicios y ocupaciones previos y antepuestos a toda
ocupación zapatera y a todo juicio de pan llevar.
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