Decir que al entrar en la
Navidad lo estamos haciendo en un terreno pedregoso a muchos les parecerá una
herejía, pero si analizamos muchos casos podemos encontrarnos con aquel pantano
fangoso en el que debemos procurar, valga la redundancia, no empantanarnos.
No hay un molde común donde
situar la Navidad. Para unos es época feliz de gozar familiarmente de unos días
de asueto sin tener que trabajar. Para otros tiempo de tristeza, bien por
familiares que ya no pueden verse con nosotros bien por familiares que, pudiéndose
ver no lo hacen -ni quieren- por problemas surgidos entre los hermanos, padres
e hijos…
Sé de unos apurados por
resolver el conflicto de relaciones con otros, sin ni siquiera haber emprendido
el camino de renacimiento a través del pedir perdón. No me cabe duda que verse
en esas situaciones es atentar contra el Espíritu navideño.
Las fiestas de Navidad pueden
resultar ser la época del año más feliz para unos y la más triste para otros.
Cuando la vida te sonríe estás con los tuyos les mimas, les cuidas.
Pero algunos no dejamos de
preguntarnos por qué en este tiempo de Navidad hay que llevar esa pauta de
comportamiento concreto, de estar en armonía paz y felicidad con los demás, y
pasado las Navidades volvemos a las andadas de cada uno por su sitio, sin
contar con los otros o volviendo a revivir nuestro malestar interior.
No. No es un asunto baladí.
La Navidad, en su verdadero sentido origen y significado, no puede reducirse a
un mero convencionalismo social que haga crecer barreras entre las personas.
Seguiremos…
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