En la noche, la oscuridad era
la reina que iluminaba el cielo. Necesitaba que llegara el sol, que la mañana
se hiciera. No podía dormir. En la casa, las sillas y todos los muebles estaban
quietos. Pero al mismo tiempo, con los ojos ansiosos esperando que la puerta se
abriera y entrara algo o alguien. Era una espera. Una noche sin dormir, con
insomnio. Una espera larga de que llegue el día.
Me hubiera gustado saber
pintar. Y dar juego a las acuarelas que un amigo había dejado olvidadas en mi casa.
Me imaginaba jugando con el pincel, y las manos todas llenas de pintura.
Esa noche para colmo estaba
solo. Y comencé a pensar en pintar el cuerpo de la persona amada, en lugar de
un cuadro. Pensé que pintaba barquitas pequeñas en su vientre y que sus latidos
las hacía mover. Moviéndose nos trasladábamos juntos más allá del horizonte.
Mis manos quedaban ahora no solo llenas de pintura, sino también de la suavidad
de su piel. Mis dedos de colores tocaban su cuerpo poco a poco, no había
palabras, solo el encanto de sus roces. Y cierto, una noche en insomnio siempre
es mejor acompañado que solo. Vendría el alba y la madrugada casi de repente,
como si la noche hubiera pasado en un instante.
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